Hemos sido invitados, como humanidad, a una “nueva normalidad”. La convocatoria nos las hace el Sistema de Naciones Unidas.
Lo normal es lo “ampliamente aceptado”, es lo conocido, lo habitual, lo ordinario, aunque nos guste o no, aunque lo consideremos justo o no. Ante tamaña responsabilidad la pregunta que debemos hacernos es ¿por qué es esa y no otra la normalidad que caracteriza hoy al mundo? ¿A quién beneficia esa normalidad de hoy y por lo tanto quiénes son los que deciden lo que es normal y lo que no lo es? ¿Cómo han logrado convencernos de esa normalidad? ¿Lo que se considera normal hoy es lo apropiado para los 7.500 millones de seres que habitamos este planeta? ¿Qué debe ser cambiado?
Parecen preguntas muy complejas y filosóficas, pero ya que hemos sido convocados, pues pensemos como nos gustaría el nuevo mundo, cuestionemos y reflexionemos sobre la actual “normalidad”, deshagámonos de los paradigmas que nos han impuesto, imaginemos algo diferente, adivinemos otro mundo posible.
Decía Galeano citando a Fernando Birri: “¿Para qué sirve la utopía? La utopía está en el horizonte, y si está en el horizonte yo nunca la voy a alcanzar, porque si camino 10 pasos la utopía se va a alejar 10 pasos, y si camino 20 pasos la utopía se va a colocar 20 pasos más allá, o sea que yo sé que jamás, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve entonces la utopía? Para eso, para caminar”.
Lo “normal” hoy
Al parecer, lo “normal” es que alrededor de 820 millones de personas en el mundo se encuentran hoy en una situación de inseguridad alimentaria, de éstas, 150 millones sufren de hambruna a pesar de que, según la FAO, todos los días se producen alimentos suficientes para todos y cada uno de los habitantes del planeta Tierra.
Se estima que en 2020 unas 12000 personas habrán muerto de hambre diariamente como consecuencia del impacto de la pandemia, número mayor de los que se estima fallecerán por el propio Covid-19. El hambre es hoy la causa del 45% de las muertes de niños menores de 5 años en el mundo. Esta es la “normalidad” que vivimos mientras 8 de las mayores empresas de alimentos y bebidas han repartido entre sus accionistas más de US$ 18.000 millones desde enero de este año, es decir, en plena pandemia. Cifra que es 10 veces superior a lo que Naciones Unidas estima necesario para evitar que la gente siga pasando hambre.
Pareciera algo “normal” que el 1% de la población del mundo se apropie del 82% de toda la producción mundial, o por lo menos es eso lo que ocurre desde hace décadas. Como también resulta “normal” que más de la mitad de los 7500 millones de personas de este Planeta vivan en pobreza.
Es “normal” que ante una situación de contracción de la producción mundial se generen unos 450 millones de desempleos, como también lo es, en este mundo que hoy vivimos que, mientras estos millones de obreros desempleados no tienen con qué llevar el alimento diario a sus hijos, los 12 más grandes multimillonarios del mundo batieron récord aumentando en más de 40% sus riquezas desde enero de este año. ¿Normal?
Luce “normal” o por lo menos eso nos han hecho ver y entender desde hace muchas décadas, que las relaciones en el proceso social de trabajo deben ser de dependencia, de dominación y explotación. ¿Por qué lo “normal” es que, quienes verdaderamente producimos y los que agregamos valor, seamos los que debamos marcar tarjeta al entrar y al salir, a los que apenas se nos da media hora para comer, a los que nos cuentan y descuentan el tiempo de trabajo, y para rematar, solo nos corresponde el 18% de todo lo que producimos a pesar de ser el 99% de la población, mientras que el otro 1% se queda con el 82%? Llega a ser “tan normal” este asunto de la explotación al trabajador, que a veces, algunos, ni siquiera son conscientes de pertenecer a la clase explotada y más bien, desclasarse es lo “normal”.
Imaginemos por un instante que lo “normal” no sea el capitalismo, que el burgués no se siga apropiando del valor de nuestra fuerza de trabajo. Pensemos en relaciones de trabajo más humanas, en la distribución justa de la riqueza en función del aporte en el proceso productivo.
Es urgente pensar cómo se reinventarán los capitales en esta “nueva normalidad” que además incorporará no solo nuevas relaciones de trabajo basadas en la dominación, sino nuevas tecnologías. Es necesario adelantarnos para evitar que nos impongan, nuevamente, otra “nueva normalidad”.
Lo “normal” es que, por ejemplo, las mujeres y niñas del mundo dediquen 12.500 millones de horas diarias a realizar actividades como el cuidado de niños y niñas, personas mayores, enfermas o discapacitadas, además de tareas domésticas como cocinar, lavar o ir a buscar agua o leña, sin que estas sean reconocidas como valor agregado a la economía y mucho menos remuneradas.
Los bloqueos económicos ya son parte de la “normalidad” de este mundo, o por lo menos es lo que pretenden hacernos ver los intereses de los grandes capitales. Ya es “normal” acudir anualmente a la Asamblea de Naciones Unidas y que todos los países, excepto 2, voten en contra del bloqueo a Cuba, como también es “normal” que a EEUU esa votación no le haga “ni coquito”. Las imposiciones y amenazas criminales por parte de EEUU a los pueblos del mundo es parte de esa “normalidad” que debe ser cambiada. ¿Por qué un país debe decidir el destino de otros pueblos?
Es “normal”, desde Bretton Woods, que una sola moneda, el dólar estadounidense, sea la de referencia mundial y que un solo sistema de pagos, el SWIFT, sea la alcabala de las transacciones financieras. Desde los 70´es “normal” que el petróleo se compre y venda en dólares viéndose todos los países en la necesidad de tener la “preciada” moneda. Quizás sea hora de una “nueva normalidad” monetaria y financiera, de quitarle el privilegio y el poder que se le otorgó a EEUU en la “normalidad” post segunda guerra mundial. Quizás sea hora de que lo normal sean muchas monedas de referencia con las cuales comercializar y un montón de sistemas de compensación de pagos.
Perderíamos una gran oportunidad como humanidad si, en estos tiempos de pandemia, habiendo sido convocados a una “nueva normalidad”, nos limitáramos a pensar y plantear solamente un nuevo mundo en el que el tapabocas se convierta en un accesorio imprescindible de nuestro atuendo diario.
Nos merecemos un mundo de iguales, sin explotados ni explotadores, sin distingos ni exclusión, sin racismo ni xenofobias, ecológicamente sustentable. El mundo que queremos debe garantizar el derecho de los pueblos a su autodeterminación, debe ser multicéntrico y pluripolar, sin dominación imperial, en el que prevalezca la cooperación y la solidaridad. Un mundo en el que las normas internacionales sean por todos respetadas y cumplidas.
Queremos un mundo en el que la justicia, la verdadera libertad y la paz sean lo normal. Caminemos, sin desviarnos, hacia ese horizonte.
Fuente: Pasqualina Curcio en Resumen Latinomericano.