Lo primero que debería decirse es que el triunfo de Lula da Silva calma los espiritus. Pero la foto mostró que Brasil está dividido justo al medio. Que el resultado, aunque suficiente para volver al Planalto, es el más exiguo en su carrera a la presidencia. Y que deberá acostumbrase a dormir con el enemigo. Que se trata de un enemigo que no le va a hacer las cosas fáciles. Y un enemigo, además, que construyó un liderazgo que no se podrá soslayar. De nada vale decir ahora que fue sobre la base de haber excluido al dos veces presidente mediante una operación de lawfare en 2018. El presente es el que manda.
Y el presente dice, crudamente, que no solo Jair Bolsonaro y los “bolsominions” estarán haciendo bulla en su contra. También sectores pentecostales y de las Fuerzas Armadas, que fueron grandes sostenes del actual mandatario. Incluso los policías, que como demostraron este domingo, no dudarían en detener a todos los votantes del líder sindical con tal de que no pueda gobernar.
Por empezar, el nuevo gobernador de San Pablo será Tarcísio de Freitas, de 47 años, ingeniero recibido en la Academia Militar das Agulhas Negras y que participó en la misión en Haití ordenada por el presidente Lula en 2004. Tuvo cargos de su especialidad durante los gobiernos del PT y luego fue ministro de Infraestructura de Bolsonaro.
Para el bolsonarisno, San Pablo es el triunfo más preciado, ya que desde allí consolidará una fuerte expresión opositora al nuevo presidente. No por nada es el distrito más poblado y poderosos del país, sede de los grandes capitales económicos y financieros y que cantó sus loas a Bolsonaro, que le sacó 11 puntos de ventaja a Lula en la presidencial.
El escenario en el Congreso no será más auspicioso. Nunca el PT tuvo el control de las cámaras legislativas, pero era la primera minoría y Lula ha sido un gran articulador de alianzas. A veces al precio de tener que comerse algunos aliados circunstanciales que mejor hubiera sido no encontrar en el camino.
Esta vez contará con alrededor del 10% de los legisladores en el Congreso. Pero el bolsonarismo propiamente dicho (el Partido Liberal, PL) ganó 22 bancas más en la cámara baja de 513 diputados, donde ahora sumará 99 escaños, mientras que el PT solo tendrá 68 representantes. En el Senado, el PL logró 14 bancas contra 9 del PT. Pero los partidos más identificados con la derecha superan con creces el 50% de los curules en ambas cámaras.
Es decir que la derecha está en condiciones de bloquear cualquier iniciativa o incluso avanzar hacia un escenario de impeachment como ocurrió contra Dilma Rousseff en 2016. Pensar que el bolsonarismo es diferente al fujimorismo que acosa a Pedro Castillo en Perú desde el día en que resultó elegido, también por mínima diferencia, es ilusorio. Cierto que Lula tiene el cuero duro y la muñeca experta, pero estos sectores extremos no se caracterizan por aceptar negociaciones.
En todo caso el vicepresidente electo, Geraldo Alckmin, que también fue gobernador paulista -entre 2011 y 2018- no debería ser de arriar con el poncho en una eventual embestida destituyente. Integrante del PSB (Partido Socialista Brasileño) Alckmin en la práctica llevó adelante políticas de centroderecha y acompañó al PSDB durante más de 20 años, pero no tendría mucho para ganar si cede, como hizo Michel Temer hace seis años. A los 69 años, este médico ligado en su origen al Opus Dei todavía puede aspirar a una carrera política propia y no diluirse como ocurrió con el vice de Dilma, que en ese momento tenía 76 años y no le hacía asco a retirarse de la política.
Este domingo también hubo balotajes gobernadores en 12 estados. Además de San Pablo, hubo comicios en Río Grande do Sul, donde el bolsonarista Onyx Lorenzoni cayó contra Eduardo Leite, reelecto con el PSDB. Al petista Jerónimo Rodrigues Souza ganó en Bahía, mientras que Raquel Lyra, también del PSDB, derrotó en Pernambuco a Marilia Arraes, que contó con apoyo del PT.
Ahora, los cuatro estados nordestinos quedan en manos del PT (Bahía, Ceará, Río Grande do Norte y Piauí). El Partido Unión Brasil, fundado en 2021 en base a agrupaciones de centroderecha en lo que da en llamar el “centrão”, obtuvo otras cuatro gobernaciones. Con 59 diputados y 10 senadores, es el que puede inclinar la balanza en cualquier disputa de posiciones. Nadie augura que lo haría por el futuro oficialismo de buena gana, pero habrá que ver. Con Bolsonaro supieron acomodarse.
Fuente: Alberto López Girondo en Tiempo argentino
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