La pandemia a causa del coronavirus ha suscitado múltiples reacciones y medidas en el mundo, siendo la cuarentena un hecho global sin precedentes que ha develado las diferentes condiciones en las que los países han sobrellevado la emergencia sanitaria, algunos de forma óptima y otros de forma improvisada. Todos los hechos derivados de la pandemia nos recuerdan que como humanidad compartimos un mismo viaje, pero estamos en distintos barcos, algunos más cómodos, otros más precarios. La realidad boliviana es elocuente en este sentido.
Bolivia es un país que ha experimentado en los últimos años una degradación notable de su tejido social, lo cual ha agrandado rupturas profundas en los últimos meses. En la presente coyuntura, el país arrastra una profunda crisis política desde octubre-noviembre de 2019, la cual no ha sido resuelta -al menos de forma provisional- debido a la postergación de nuevas elecciones nacionales. En tiempos recientes se han hecho explícitas expresiones que derivan de sentimientos atávicos, como el racismo y la xenofobia. La actual pandemia ocurre en medio de un país en crisis, lo que implica que lo político y sanitario se entremezclan en un país polarizado.
Un ejemplo evidente de esta situación se da en algunos imaginarios presentes en ciudades como La Paz y la vecina ciudad de El Alto, en los que el presente escrito se circunscribirá.
EL ALTO, PARTE DE LA BOLIVIA QUE SE HIZO A SI MISMA
El Alto es una de las ciudades de mayor proyección a nivel nacional; pasó de ser la “ciudad más pobre” -en el imaginario boliviano de fines de siglo XX- a ser uno de los motores económicos de la Bolivia actual, ocupando en menos de dos décadas el sitial de segunda ciudad en población[1] y el tercer municipio que más aporta al PIB boliviano, con un 7% (PNUD, 2015). En 2003, El Alto se constituyó en un icono de trasformación social, posibilitando el proceso que culminaría en 2009 con la consolidación de Bolivia como Estado Plurinacional. Diez años después, las categorías peyorativas con las que se la califica son numerosas, esgrimidas por grupos pequeños, pero hegemónicos. Pero, más allá de todo estigma, ¿cómo sobrellevó gran parte de El Alto la cuarentena total? Es necesario puntualizar sobre la informalidad para hacer una aproximación posterior.
Bolivia tiene la economía informal más grande del mundo, con cifras que según el FMI ascienden a 62,3% en 2018, mientras investigadores como Rodolfo Erostegui aseveran que esta cifra es de al menos un 80% (2019). La economía es solo una arista, ya que la conformación de las ciudades y su desarrollo en gran medida está supeditada a la informalidad, esto a causa de la incapacidad estatal de orientar la dinámica inherente al ámbito “popular”.
El caso de la ciudad de El Alto es emblemático, ya que gran parte de su desarrollo humano y urbano no obedece a políticas estatales definidas, sino al desborde de la energía “popular”. Las mansiones aymaras en El Alto son la muestra más evidente de ésta dinámica. Surgidas en medio de una escasa regulación estatal (el Reglamento de Uso de Suelos data de 1996), expresan la vitalidad -con sus luces y sombras- de una sociedad que se consolida como parte inherente del espíritu de la nueva Bolivia.
A menudo la informalidad es percibida en los círculos académicos y estatales como una dimensión negativa que impide el desarrollo del país. Los enfoques de esta crítica fluctúan entre la criminalización de la informalidad (por ser “incontrolable” y con un “bajo” aporte al erario del Estado) y la precariedad que implica el incumplimiento de los derechos humanos. Éstas percepciones alimentan el estigma de El Alto como una ciudad informal, ingobernable, inviable, difícil de “controlar” y en la que el SARS-CoV-2 hará estragos.
Lo cierto es que, pese a estos sombríos pronósticos, según los datos del INE (Instituto Nacional de Estadística) en El Alto el porcentaje de la población en situación de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) se ha reducido del 67% (año 2001) al 36% (año 2012), una reducción intercensal considerable de un 31%. Es necesario aclarar que la media nacional (2012) es de un 45%. La población en situación de NBI se redujo en casi 50% (de 424.301 en 2001 a 300.390 personas en 2012), en otras palabras, a pesar de la carencia de políticas estatales, las convulsiones sociales[2] y la informalidad (percibida como negativa), la población de El Alto –y gran parte del ámbito popular boliviano- logró sobrellevar un ambiente de crisis en el pasado e incluso algunos grupos lograron prosperar económicamente.
En el contexto latinoamericano el comercio informal y las pequeñas unidades productivas son mecanismos que posibilitan la sobrevivencia de grandes segmentos de población en situación de pobreza. En Bolivia, el comercio en las calles, la albañilería, el transporte y la manufactura artesanal fueron los medios primigenios en los que se apoyaron las familias migrantes de las áreas rurales a las urbanas. Durante los años 80s, ante la liberalización de la economía boliviana, miles de personas hallaron en las ferias barriales una forma de sobrellevar la crisis resultante; éste es el génesis de las grandes ferias barriales en El Alto y otras ciudades, además de la vocación comercial cuasi cultural del aymara, que ha posibilitado una intensa movilidad social en los últimos años.
Esta forma de encarar la adversidad es efectiva en la medida que ha posibilitado el ascenso de grandes segmentos poblacionales hacia la clase media boliviana: “de 1999 a 2007 (…) el estrato medio de ingresos sobrepasa por primera vez la tercera parte de la población nacional” (PNUD, 2010, citado por Villanueva, 2018), lo que implica una dinámica económica que se desenvolvió independientemente a un contexto sociopolítico adverso; “entre 2010 y 2012 (…) este mismo estrato sobrepasaría la mitad de la población, hasta llegar al 58 % en 2017” (Villanueva, 2018). Esto se traduce en mejores condiciones de vida, además del acceso a educación superior y empoderamiento político.
Las condiciones materiales de grandes segmentos de ascendencia popular son similares a los de la clase media tradicional, así como una mayor interdependencia entre ambos grupos; sin embargo, la fractura social vigente implica el desconocimiento de tales condiciones, reduciéndolas a relaciones sociales atávicas, que se sirven de construcciones míticas y estigmas para reforzar una estratificación social que ya no es tal.EL ESTIGMA COLONIAL EN PLENA PANDEMIA, MITOS QUE REFLEJAN LA RUPTURA SOCIAL BOLIVIANA
Bolivia arrastra resabios coloniales, como una estratificación social racializada, el patrimonialismo del Estado, así como una dependencia tanto cognitiva (en relación a occidente) como económica (extractivismo). Desde la crisis política de octubre-noviembre de 2019, las élites políticas en función de gobierno, los medios de comunicación hegemónicos y algunos grupos de intelectuales han instituido un relato polarizador –aprovechando las taras coloniales vigentes- en base a dicotomías que dividían a la sociedad boliviana en los modernos/premodernos, civilizados/salvajes. Como es previsible, los sectores “populares”, las clases medias de origen popular, campesinos e “indígenas” fueron sujetos a una deshumanización constante mediante relatos míticos que pierden todo sustento ante la mínima constatación empírica; sin embargo, reflejan -además de objetivos políticos coyunturales- relaciones sociales estructurales que no se han superado.
En plena pandemia estos relatos cobraron un tinte más apartidista[3] y se enfocaron en cuestiones étnicas y culturales, tomando incluso elementos del darwinismo social en relación a una supuesta inferioridad racional y cognitiva del ámbito popular, además de “territorializar la incivilidad”. Así, el “otro” se constituía en un permanente peligro sanitario, ya que su forma de vida “insalubre” e “irracional” ocasionaría que el SARS-CoV-2 se diseminara de forma abrupta.
El miedo de algunos sectores sociales hacia los actos terroristas y el vandalismo, fue una de las estrategias mediante la cual el actual gobierno legitimó la represión a las movilizaciones de noviembre de 2019[4]. En la actualidad, es evidente la predisposición de algunos grupos urbanos a aceptar la presencia permanente del ejército y la policía, no solo con la intención de satisfacer la sensación de seguridad, sino también como un medio para “disciplinar” y “controlar” al “otro” que es percibido como un peligro permanente. Así, en plena pandemia estos grupos aplaudieron la militarización de “Rio Seco” (El Alto) el 20 de marzo -un día antes de la declaración de cuarentena total- debido a las aglomeraciones que generaba la feria del barrio; el 28 de marzo, los uniformados organizaron serenatas en algunas zonas del centro de La Paz para infundir ánimos a sus habitantes. Como se evidencia, las rupturas sociales y el trato estatal diferenciado a la población no se difuminaron en la emergencia sanitaria.
Los estigmas sociales incluso se acrecentaron al finalizar la cuarentena rígida e iniciada la cuarentena dinámica, ya que el temor de una “invasión de contagiados”[5] se hizo presente incluso en algunos actores políticos y profesionales, quienes no hicieron más que replicar creencias restringidas a algunos sectores urbanos, pero amplificadas mediáticamente[6]. La realidad suele desechar todos los supuestos, sin embargo, la vigencia del estigma depende de la ausencia de indagación, además de una reafirmación ciega que lleva implícitas intenciones de justificar una estratificación social idealizada o simples resentimientos de larga data.
Un efecto psicosocial notorio en estos mitos y estigmas es un lento proceso de “guettificación mental”, es decir, la realidad se interpreta como lo que se evidencia en el contexto inmediato (barrio) y lo que se percibe en las RRSS y los medios de comunicación. Lo que ocurre más allá de estos límites, es explicado mediante creencias ficticias a conveniencia. En todo caso, esta percepción miope de la realidad ha llevado a grupos de economía e ingresos estables a condenar toda estrategia de sobrevivencia de los grupos con ingresos bajos y medio-bajos, allí donde el #QuédateEnCasa se hace insostenible con el pasar de los días.
Estos elementos descritos -una realidad en la que la movilidad social es un fenómeno indiscutible y los mitos de los conservadores que lo niegan e inferiorizan- han influido de sobremanera en las percepciones sobre la cuarentena total, que se llevó a cabo desde el 21 de marzo hasta el 24 de mayo (en La Paz, la cuarentena total finalizó el 1 de junio). Sin embargo, para ello es necesario un caso de estudio concreto, que será la feria más grande de Bolivia, la feria de “la 16 de julio”.LA FERIA 16 DE JULIO ¿CÓMO SE REFLEJÓ LA CUARENTENA TOTAL EN LA FERIA MÁS GRANDE DE BOLIVIA?
La feria de “la de 16 de julio” se lleva a cabo los jueves y domingos en la zona del mismo nombre (zona 16 de julio) en la ciudad de El Alto, aunque en los últimos años se ha expandido hasta algunas calles de la colindante ciudad de La Paz. Es la feria barrial más grande de Bolivia, ocupando al menos unos 80 manzanos en los que se despliegan múltiples actividades comerciales. En cuanto a la cantidad de usuarios, “estimaciones técnicas calculan que entre 50.000 y cerca de 100.000 personas asisten a la feria” (Rojas, 2016).
La magnitud de la aglomeración y los posibles contagios de SARS-CoV-2 causaron un pánico mediático con la carga implícita de los mitos anteriormente señalados (aún vigentes, pese a que las cifras lo refutan) y varios medios de comunicación se empeñaron en sobredimensionar la aglomeración e indirectamente estigmatizaron todo medio “popular”[7]. El 22 y 23 de marzo, algunos medios de prensa indicaban lo siguiente:
“(…) este pasado domingo, multitudes recorrieron las ferias como la del barrio 16 de julio en El Alto (…) el gobierno de Jeanine está en la obligación de hacer respetar la cuarentena. No puede ser a medias. En La Paz si, en El Alto no” (Pando, 23 de marzo de 2020)
“La popular feria 16 de Julio también funcionó regularmente, cientos de personas llegaron hasta el lugar sin medidas de seguridad para provicionarse (sic) de alimentos” (Urgente.Bo.,22 de marzo de 2020).
“En algunos sectores de la Feria 16 de Julio de la ciudad de El Alto y en la feria de la zona de Pacajes Caluyo, en el cruce de Villa Adela, comerciantes no respetan la cuarentena total (…) Según denuncias que se realizan a través de redes sociales, mucha gente no acata la cuarentena total en la feria más grande del país. Algunas imágenes muestran que muchos vendedores acudieron a las dos zonas para vender todo menos alimentos” (Zapana, 22 de marzo de 2020)
“El primer día de cuarentena total, a nivel nacional, no fue acatado en varias zonas de la ciudad de El Alto, actitud intransigente de algunos habitantes de esta urbe que podría poner en riesgos la salud de la población. (…) Las ferias de zonas como 16 de Julio (…) y otros distritos, estuvieron familias enteras y, lo que es peor, acompañados de sus niños, así como de las personas de la tercera edad” (El Diario, 23 de marzo de 2020).
Como se evidencia, varias versiones de la prensa indicaron que la feria “16 de julio” funcionó casi con normalidad. Sus versiones se basaron especialmente en “denuncias que se realizan a través de redes sociales” (Página Siete), y no necesariamente contrastaron in situ la magnitud de la feria (en días normales) con su ocupación espacial el 22 de marzo, primer día de la cuarentena total. La siguiente gráfica condensa las dimensiones de la feria “16 de julio” con un intervalo aproximado de un mes (22 de marzo, 23 de abril y 21 de mayo), considerando que la cuarentena total tuvo una vigencia en El Alto desde el 21 de marzo al 24 de mayo.Considerando el número de “carriles”[8] de los puestos de venta, se puede hacer una aproximación del porcentaje (%) de reducción espacial de la feria. El 22 de marzo (el día uno de la cuarentena total) la feria se comprimió a un 2,8% de su tamaño normal (100%), el 23 de abril su ocupación espacial fue de un 6,54%, mientras que el 21 de mayo ascendió a un 18% de su tamaño habitual.
Es necesario considerar que la densidad de vendedores y compradores fue mucho menor al habitual el 22 de marzo, ya que fue el último día en el que feria se realizó un domingo. Las medidas posteriores del gobierno impidieron la realización de ferias los sábados y domingos, por ende, la feria “16 de julio” sólo se realizó los jueves, lo que influjo en la cantidad de afluencia, aumentando su densidad, sin llegar a parámetros normales.
La Asociación de Comerciantes de la feria “16 de julio” acató la cuarentena total, lo que conllevó a que grandes sectores de artesanos y comerciantes de artículos de segunda necesidad posterguen su economía y brinden un tiempo valioso al gobierno central para adecuar el sistema de salud a la emergencia sanitaria. Las calles, antes abarrotadas de muebles, ropa confeccionada, materiales de construcción y artículos varios, se mantuvieron desiertas durante varias semanas, mientras comerciantes ambulantes[9] cubrieron el vacío con la esperanza de generar ingresos en la adversidad. El 7 de mayo, la feria creció de forma significativa, ya que el agotamiento en cuanto a los ingresos económicos era evidente, así como el 14 y el 21 de mayo. Desde el 25 de mayo, rige un acuerdo con la Alcaldía para que se instale la feria en toda su extensión desdoblándola en dos días: los martes y los jueves, cada día con el 50% de comerciantes activos, todos bajo los lineamientos de la cuarentena rígida.
El funcionamiento de la feria “16 de julio” demuestra que una absoluta mayoría del ámbito “popular” es consciente de la magnitud de la pandemia y ha tomado las precauciones necesarias, ha cumplido con la cuarentena de gran manera, tanto que, en El Alto, una ciudad con un millón de habitantes, se registraron 195 casos positivos de coronavirus en el lapso de la cuarentena total, todo ello, a pesar de tener una alta informalidad, precariedad económica, además de estigmatización política y ruptura social.LA RESILIENCIA POPULAR: SOBRE CÓMO ENCARAR LA CRISIS
Si bien, mediáticamente se intentó posesionar un imaginario sobre cómo las clases medias sobrellevaron la cuarentena[10], lo cierto es que ésta no necesariamente reflejó la realidad de una población sujeta a la incertidumbre de la informalidad, así como a las limitaciones económicas y a la carencia de servicios[11].
En épocas de crisis, uno de los activos con el que cuenta la población en condiciones de alta vulnerabilidad (económica en este caso) son las redes familiares, las cuales posibilitan la ampliación de oportunidades para generar ingresos, así como un colchón de apoyo en caso de crisis. Ésta es una de las razones por las cuales el hombre andino conserva prácticas comunitarias y no adopta dogmas occidentales concentradas en el “individuo”[12], más aún en un ambiente informal.
Las redes familiares también trascienden lo urbano y se expanden al área rural, sobre todo en una ciudad con una alta cifra de inmigrantes, y hacen más amplias las redes de apoyo y subsistencia. En el caso de El Alto, la migración campo-ciudad fue el principal fenómeno de consolidación de la urbe en los años 80s y 90s. En tiempos recientes, según el censo 2012, 172.091 personas inmigraron a la ciudad, de las cuales 143.502 correspondían a municipios del mismo departamento; es previsible que una gran cantidad de estas personas mantengan nexos directos con el área rural y otras poblaciones cercanas. En este contexto, cientos de personas viajaron -antes del 21 de marzo- a sus comunidades rurales para pasar la cuarentena total en sus tierras de origen, ya que el área rural asegura una subsistencia en base a agricultura familiar, además de un ambiente más sano.
En la ciudad de El Alto y La Paz, varias familias íntegras se vieron obligadas a aplicar estrategias para generar ingresos económicos, siendo el comercio informal una de las alternativas más eficientes. Las personas en condiciones de vulnerabilidad económica instalaron pequeñas ferias barriales de alimentos, con el fin de satisfacer una demanda permanente. Aparte de la feria 16 de julio, en la Plaza Ballivian –en la misma zona- se instaló espontáneamente una pequeña feria diaria (lunes a viernes) en las que familias íntegras, adultos mayores e incluso niños, ofrecían productos de primera necesidad; esta forma de ocupación temporal del espacio se replicó en varios sectores de la ciudad y fue un mecanismo paliativo para las personas de bajos ingresos. Las población que está familiarizada con la informalidad toleró y comprendió esta dinámica (al contrario de otros grupos sociales)[13], ya que evitó la necesidad de recorrer grandes distancias para abastecerse y así, hipotéticamente, reducir la posibilidad de contagio.
Regularmente Bolivia importaba una importante cantidad de alimentos desde los países limítrofes, hasta que la cuarentena total demandó el cierre de fronteras. Así, mientras gran parte de la población se recluía, el campesino nunca dejó de trabajar para abastecer de alimentos a las ciudades logrando cubrir toda la demanda. En realidad, la cuarentena se aplicó mientras se iniciaba la época de cosecha de importantes productos agrícolas como la papa y cortó un flujo migratorio temporal de mano de obra de la ciudad al campo, sin embargo, los alimentos nunca dejaron de fluir a las urbes, pese a las dificultades del control militar.
Algunos sectores de El Alto, como Villa Dolores, se constituyeron en centros distribuidores de alimentos, en los que –en plena madrugada- tanto intermediarios como comerciantes pequeños adquirían la producción de turno para venderla en sus zonas. Esto no impidió que productores hagan una venta directa en ferias como la “16 de julio”. Así, a fines de marzo llegaron frutas como la uva, mientras en abril llegaron cítricos, y la venta de carne de pollo se generalizó.
Otra actividad que generó movimiento económico fue la venta de alimentos preparados, la cual se acentuó en la feria “16 de julio” en el transcurso del mes de abril. Las tucumanas, salteñas, masas elaboradas de forma casera, comida preparada y venta de jugos, formaron parte de la oferta a la que recurrieron familias para sobrellevar la cuarentena.
Las necesidades del contexto sanitario obligaron al enfoque en el comercio de artículos de bioseguridad, desde barbijos y alcohol en gel, hasta máscaras y trajes de fabricación artesanal. La demanda no sólo fue cubierta por productos importados, sino por la valorable –pero ignorada- creatividad boliviana[14], que tiene en El Alto un puntal importante.En el aspecto de movilidad urbana, debe destacarse el uso de la bicicleta cuya proliferación se hizo patente incluso en el primer día de cuarentena total. Es necesario mencionar que las tiendas de venta de bicicletas en la feria “16 de julio” estuvieron muy activas desde el 22 de marzo; posteriormente, el 7 de mayo, ya se podía observar la venta de repuestos de bicicletas incluso en puestos ambulantes. Para el 21 de mayo se conformó un sector de venta de bicicletas en la feria que en dimensiones fue mayor al regular.
Si bien la movilización en bicicleta representa una oportunidad para que el Estado fomente el uso de este transporte, hasta la fecha –en El Alto- no se tienen medidas concretas ni planes a futuro. Lo cierto es que su uso seguirá en la “clandestinidad” y, por ende, se pierde una oportunidad para implementar desde ciclovías, hasta fábricas de ensamblaje de bicicletas.
Como se ha descrito, las estrategias para sobrellevar la cuarentena en el ámbito “popular” son diversas, además muestran la vitalidad de un segmento poblacional que afronta la crisis sin esperar paliativos estatales[15], un esfuerzo en medio de la incertidumbre de la informalidad.EL TOQUE DE ARTE E IDENTIDAD A LA PANDEMIA
Uno de los aspectos particulares durante la pandemia es la conjunción de identidad y bioseguridad en varias de las creaciones del ámbito “popular”. La pandemia no necesariamente es un tiempo de lamento y temor, sino una oportunidad para reinventarse en base a necesidades concretas y afrontar el futuro con seguridad (en este caso sanitaria) y reafirmar la pertenencia cultural en un ambiente en el que el racismo y la intolerancia se hicieron explícitas. Podemos mencionar dos ejemplos llamativos: los trajes de bioseguridad para cholitas y los barbijos con diseños de afirmación cultural.
Los trajes de bioseguridad para cholitas forman parte de la gran demanda de indumentaria por parte de las vendedoras de mercados para cumplir con los cuidados respectivos durante la pandemia. Es una adaptación hecha por personas como Mónica Calizaya (Comunicadora social)[16] para que la mujer de pollera no se vea obligada a abandonar su esencia e identidad -la pollera- para hacer el uso de un traje de protección; así, el traje se acomoda a los requerimientos de la cholita y no viceversa. La prevención y la identidad no tienen por qué excluirse.
El barbijo se ha convertido en un implemento esencial. Su uso se ha generalizado tanto que en la feria “16 de julio” se podía observar al menos un 40% de personas con barbijos el 22 de marzo; el 21 de mayo la cota superaba el 80%, mientras en la actualidad roza el 100%. En marzo los barbijos se hicieron escasos ante la gran demanda, especialmente en La Paz, donde ocurrieron incluso agresiones por la compra de alguno. En El Alto la carencia duró poco, ya que los talleres de confección de ropa cambiaron rápidamente su producción hacia implementos de bioseguridad, siendo el barbijo, el primero de ellos.
La creatividad se ha manifestado de múltiples formas, especialmente enfocadas en la generación de ingresos, sin embargo, los barbijos identitarios cumplen un rol adicional relacionado a la reivindicación y revalorización cultural… un desafío a una sociedad con profundas rupturas culturales.
En El Alto, los primeros barbijos identitarios en circulación fueron aquellos que se fabricaron de aguayos[17] en clara alusión a la reafirmación cultural aymara (esencia de la ciudad). Esta tendencia no sólo se remite al contexto actual, ya que, desde hace varios años el aguayo se ha usado como complemento en indumentarias como trajes y vestidos de gala entre las ascendentes clases medias “populares”.
Uno de los emprendimientos más auténticos es el de los barbijos identitarios que cuentan historias de vida cotidianas, los cuales fueron desarrollados en el municipio de Ayata, en la provincia Muñecas, heredera de la cultura mollo. “Alicia Layme, promotora de Wayatex, señaló que fue iniciativa de su madre Elizabeth, quien realizo su propio barbijo incorporando bordados ante las exigencias de las autoridades de esta región” (RTP, 2 de junio de 2020). Los barbijos están realizados en lana de oveja y tela de bayeta, sobre las cuales están bordadas escenas de la cotidianidad de la región, ya sea el trabajo en el campo, la crianza de animales y la convivencia en familia. “Hemos trabajado para reflejar a la familia, porque creo que, en esta cuarentena, somos una familia unida, en mi comunidad están la mamá, el hijo, el papá y el animal con el que vivimos”, dijo Layme (ibid.). La asociación de mujeres artesanas “Wayatex” (pueblo textil) brinda actualmente trabajo a 700 mujeres de 15 comunidades del municipio de Ayata.
LA ESPERANZA ANTE UN FUTURO INCIERTO
A lo largo de la historia boliviana las subalternidades (pueblos “indígenas”, el sector “popular”) han estado sometidas a una presión constante, no solo económica, sino política y cultural. La configuración excluyente del Estado boliviano no solo marginó a la mayoría “indígena” hasta principios del siglo XXI, sino también arrinconó a millones de personas a la informalidad económica.
Esas características adversas empujaron a la mayoría de población boliviana a reinventarse continuamente y no permanecer en condiciones extremas de pobreza. En El Alto se dieron reinvenciones constantes, desde la época de su génesis con las masivas migraciones de los 80s, 90s y la liberalización de la economía, las crisis sociales desde 2003 a 2005, la ausencia de planificación estatal hasta el 2019 y la crisis de noviembre del año pasado. La pandemia plantea un nuevo desafío a una población que ha confrontado situaciones precarias con anterioridad y que tiene en la resiliencia su mayor fortaleza.
Las estigmatizaciones y el racismo vigente no han truncado la resiliencia “popular”, además, las cifras no justifican los mitos derivados, ya que los datos oficiales indican que, en el caso de El Alto, es la ciudad que menos casos de contagios tiene entre las grandes ciudades bolivianas[18]. Pese a ello, es previsible que el racismo tome otras formas a futuro, aunque las elecciones nacionales distenderán el ambiente y evitarán que se repitan reacciones como las vividas en noviembre de 2019[19].
Durante la cuarentena total, el miedo –exacerbado desde el gobierno central- fue el principal mecanismo de disciplinamiento de la población. Aún muchos segmentos continúan inmersos en esa lógica, sin embargo, en el ambiente popular el pánico se ha superado, aunque se mantiene la prudencia en relación a la gravedad de la situación. La cuarentena total es asumida como un “deber cumplido” que lastimosamente no tuvo su contraparte en la administración estatal, ya que el país continúa con deficiencias sanitarias básicas, además de continuos escándalos de corrupción. Será difícil que una nueva cuarentena total como la cumplida en las anteriores semanas se repita.
En este contexto, la elección en muchas familias está dada; los políticos no resolverán las necesidades urgentes en lo próximo, así que gran parte de la población ha aprendido a sobrellevar la cotidianidad compartida con la amenaza del SARS-CoV-2: el miedo al virus se ha perdido ante la posibilidad de experimentar el hambre. La informalidad crece y los mercados barriales se ampliarán con los nuevos desempleados, hasta que la misma población genere sus propias oportunidades, como sucede con regularidad.
Si bien el futuro es impredecible, se manifiesta fe en la comunidad, en sus estrategias, en la cultura y en sus potencialidades; tanto, que el 21 de junio –“año nuevo andino, amazónico y del chaco”- se celebró con júbilo y esperanza en El Alto, pese al desprecio que desplegaron algunos grupos urbanos. Así también, se espera con impaciencia el retorno de las grandes festividades folklóricas –proscritas por la pandemia-, a pesar de ya no contar con el apoyo del extinto Ministerio de Culturas[20]. La fiesta es uno de los mecanismos más eficientes de redistribución de la riqueza, además de la expresión –junto con las mansiones aymaras- más notoria del nuevo rico, el “qamiri” aymara, un nuevo potentado económico surgido a pesar del Estado.
La pandemia ha develado grandes desigualdades sociales y extremado los esfuerzos de las poblaciones más vulnerables, ha reforzado el carácter de un “subalterno” que paulatinamente deja de ser tal. El “indio”, el “indígena”, el campesino, el citadino periurbano no se abandona a la pasividad, ha demostrado su capacidad de adaptabilidad y creatividad en múltiples escenarios. Así se forja el espíritu de la Nueva Bolivia, el país que se desenvuelve en la contemporaneidad con pasos propios y sin perder sus raíces.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Página Siete (7 de mayo de 2020) Instalan la feria 16 de julio y choferes anuncian que trabajarán desde el lunes. Recuperado de thttps://www.paginasiete.bo/sociedad/2020/5/7/instalan-la-feria-16-de-julio-choferes-anuncian-que-trabajaran-desde-el-lunes-254818.html?fbclid=IwAR21zGYkOL2shL0jP8eGPgIUDLyEpH1iDCZN93s12M81xSoKvf8Kn0_3kv4
Brujula Digital (7 de mayo de 2020) Choferes de El Alto ratifican que trabajarán desde el 11 de mayo y amenazan con subir precio de pasaje. Recuperado de https://www.brujuladigital.net/sociedad/choferes-de-el-alto-ratifican-que-trabajaran-desde-el-11-de-mayo-y-amenazan-con-subir-precio-de-pasaje
Pando, A. (12 de mayo de 2020) ¡NOS HAREMOS LOS SUECOS! Levantar o no levantar la cuarentena, esa es la cuestión. Cabildeo Digital. Recuperado de http://www.cabildeodigital.com/2020/05/nos-haremos-los-suecos-levantar-o-no.html?fbclid=IwAR1xaU2p4CspPT11dUNXrKCAbzStvSzqb9_GwQ-rMQO6lDbymDiF1ICr5A8
EFE (20 de mayo de 2020) Trajes de bioseguridad para mantener la identidad de las cholitas bolivianas. Recuperado de https://www.efe.com/efe/america/gente/trajes-de-bioseguridad-para-mantener-la-identidad-las-cholitas-bolivianas/20000014-4251272
RTP (2 de junio de 2020) Mujeres de la provincia Muñecas ofrecen barbijos con diseños artesanales. Radio Televisión Popular Red Nacional. Recuperado de http://www.rtpbolivia.com.bo/2020/06/02/mujeres-de-la-provincia-munecas-ofrecen-barbijos-con-disenos-artesanales/
Frank, T. (15 de junio 2020) Bordando historias: mascarillas indígenas andinas en Bolivia. Deutsche Welle. Recuperado de https://p.dw.com/p/3doLc
NOTAS
[1] La tasa de crecimiento intercensal (2001-2012) de la ciudad de El Alto fue de 2,4%, cifra superior a la de ciudades como La Paz (-0,3%), Cochabamba (1,8%) y Santa Cruz (2,2%). Es previsible que en el próximo censo su tasa de crecimiento continúe siendo una de las más altas entre las grandes ciudades bolivianas.
[2] El periodo correspondiente a 2003-2005 estuvo marcado por una gran conflictividad cuyo epicentro fue El Alto. Algunos grupos hegemónicos promovieron el imaginario de “El Alto, ciudad inviable”, algo similar se repitió en los conflictos de noviembre en 2019.
[3] Durante la última década la polarización boliviana en el ámbito político partidario se expresa en dos bloques: El MAS (Movimiento al Socialismo) y los partidos antiMAS (JUNTOS, CREEMOS y Comunidad Ciudadana en el contexto actual).
[4] Ver https://guidoalejo.wordpress.com/2019/11/24/la-masacre-de-senkata-consideraciones-sobre-la-legitimacion-estatal-de-la-represion/
[5] Según el Servicio Departamental de Salud, el 24 de mayo (último día de cuarentena total en la ciudad de El Alto) La Paz tenía 182 casos positivos, mientras El Alto tenía 150. El 31 de mayo (último día de cuarentena total en la ciudad de La Paz), La Paz tenía 227 casos positivos, mientras El Alto tenía 195. Ambas urbes ingresaron posteriormente a una cuarentena dinámica.
[6] Al respecto, el portal Brújula Digital replicaba el 7 de mayo: “(…) ciudadanos paceños consultados señalaron que,ante la decisión de los chóferes alteños, corresponde al municipio de La Paz determinar su encapsulamiento (aislamiento) para prevenir mayores contagios del COVID-19, dada la indisciplina demostrada en El Alto en la cuarentena y comportamiento que no puede poner en riesgo la salud de los habitantes de La Paz”. Ver: https://www.brujuladigital.net/sociedad/choferes-de-el-alto-ratifican-que-trabajaran-desde-el-11-de-mayo-y-amenazan-con-subir-precio-de-pasaje
[7] Ver Alejo, Guido (2020) “Mitos y falacias en tiempos de pandemia: de la virulencia patológica a la virulencia racista” en Pukara 162, La Paz, Bolivia. Recuperado de https://www.prensaindigena.org/web/pdf/Pukara-164.pdf.
[8] En la Av. Alfonso Ugarte la feria normalmente tiene 2 carriles (4 hileras de vendedores), en la Av, 16 de julio tiene 3 carriles, mientras en la Av. Panorámica se amplía a 4 carriles. En las calles aledañas, normalmente tiene un solo carril (dos hileras de vendedores).
[9] El comerciante ambulante carece de un puesto de venta fijo, ya que no tiene la suficiente economía para comprar uno. A menudo, familias enteras se dedican al comercio ambulante, lo que amplifica la posibilidad de generar mayores ingresos ofertando artículos según una demanda concreta.
[10] Se romantizó la cuarentena en base a canciones de apoyo (como “Resistiré”), observar series en Netflix, consumir arte, ordenar comida por delivery, practicar gimnasia y otras actividades que no necesariamente reflejan una realidad que se ve en sectores amplios de la población.
[11] El servicio de internet (redes wifi) tiene una cobertura limitada en urbes como El Alto (en zonas antiguas como Alto Lima apenas llegó en 2018) y en los sectores rurales es deficiente, esto influye en programas de educación virtual que están pensados para otro contexto.
[12] El liberalismo y el libertarianismo están de moda en algunos sectores de clase media tradicional en Bolivia. A menudo estos sectores atacan al estilo de vida en comunidad tratándola de retrógrada y ajena a la práctica de las libertades individuales.
[13] Algunos segmentos de la clase media tradicional sostienen que las ferias barriales durante la cuarentena total son ejemplos de ignorancia e irresponsabilidad.
[14] Durante la cuarentena total, la necesidad impulsó al desarrollo y fabricación de implementos de bioseguridad, desde barbijos a respiradores básicos, todo en un estallido de creatividad. El Estado no le puso mucha atención, sin embargo, la potencialidad está manifiesta.
[15] El gobierno central brindó bonos para paliar la cuarentena: Bono universal (500bs), Bono Familia (500bs). Además de una oferta de créditos que no se logró consolidar.
[16] Varios profesionales recurren a negocios alternativos para generar ingresos paralelos, incluso dejan de ejercer su profesión por su mínima rentabilidad.
[17] El aguayo es una prenda (manta) de gran valor cultural y caracterizado por su gran colorido y composición geométrica.
[18] Según los datos oficiales del ministerio de salud y los SEDES correspondientes hasta el 24 de junio, El Alto tenía 678 casos confirmados, La Paz 1200, Cochabamba 1259 y Santa Cruz con 12235 casos de contagio.
[19] El 11 de noviembre de 2019, durante el regodeo triunfalista de algunos grupos radicales por la renuncia de Evo Morales, las expresiones de racismo -acumuladas en los últimos años- estallaron; la quema de la wiphala (bandera de los pueblos originarios) marcó un punto de inflexión para que decenas de miles de aymaras alteños se movilicen por la defensa de la wiphala e implícitamente, la defensa de las conquistas sociales de los últimos años,
[20] El Gobierno transitorio de Bolivia disgregó el antiguo Ministerio de Cultura y Turismo el 4 de junio, arguyendo que era necesario recortar los gastos del Estado para afrontar la pandemia; sus particiones fueron anexadas a otros Ministerios. Las reacciones –especialmente de los artistas- no se dejaron esperar, porque el ahorro era ínfimo, ya que otros ministerios –como el de Defensa- tienen presupuestos exorbitantes. Ver: https://www.paginasiete.bo/sociedad/2020/6/6/presupuestos-de-ministerios-cerrados-representa-el-38-de-gobierno-defensa-257615.html
Por: Guido J. Alejo Mamani, Arquitecto e investigador boliviano. Cursa la Maestría de Población en CIDES-UMSA. Es miembro del Comité Director del periódico mensual “Pukar y Desarrollo a”.
Fuente: https://artishockrevista.com/2020/06/26/bolivia-resiliencia-popular-cuarentena/
Mucha verdad, pero creo que ahora se muere más gente en nuestro país por otras razones: apendicitis, parto complicado, falta de diálisis, imposibilidad del tratamiento continuo del cáncer,…
Nadie se va voluntariamente a un hospital. No hay medicamentos. Todxs intentamos prevenir con medicina natural o curarnos con dióxido de cloro.
En vez de una estrategia completa al respecto, nos insultan y nos encierren.
Y todo, porque ¡quieren mantenerse al máximo en el poder! con el fin de destruir los intentos de un cambio en nuestra sociedad- lamentablemente muchas veces fallidos.