No parece una coincidencia que Domitila Barrios haya fallecido un 12 de marzo, poco después del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, como tampoco parece una coincidencia que la actual ola de detenciones de autoridades judiciales se haya dado luego de que María Galindo increpara al actual ministro de Gobierno sobre las alarmantes irregularidades del sistema penitenciario. Hay algo innegablemente disruptivo acerca del feminismo, que intimida a hombres de ambos extremos del espectro político, yo incluido.
Quizá porque la opresión de la mujer es una de las primeras formas de dominación que haya visto la humanidad, sin ser por ello en absoluto natural. De forma paralela a su sojuzgamiento se desarrollaron también otras opresiones, como la de blancos sobre todos los demás, en los albores del capitalismo como orden de alcance mundial.
¡Fue algo que Marx no vio! ¿O tal vez no quiso ver? No hubiera sido posible organizar el despojo de campesinos hasta convertirlos en proletarios sin primero despojar a la mujer de su propio cuerpo, a través de instituciones de disciplinamiento como la gran cacería de brujas que se dio entre los siglos XVI y XVII en Europa y, después, en América Latina, al mismo tiempo que esta última era saqueada para alimentar el proceso de acumulación originaria a expensas de su población. Luego vendría África y la esclavización de sus habitantes hasta hacer de ellos una verdadera industria.
Eso es lo que nos explica Silvia Federici en su libro Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, en cuyas primeras páginas se nos narra la primera gran derrota histórica sufrida por el género femenino a manos de los hombres, quienes, por medio de la persecución, tortura y asesinato masivos, disciplinaron a las mujeres para que asumieran un rol subordinado de acuerdo a las necesidades reproductivas de las cuales se serviría luego el capitalismo. En otras palabras, la imposición de ciertos roles sobre las mujeres mediante un despliegue altamente organizado de la violencia.
Es decir, la explotación de la clase obrera no hubiera sido posible sin primero organizar la opresión y explotación de la mujer. Algo que Domitila Barrios advirtió mucho antes de que se publicara el trabajo de Federici, quizá justamente por su condición de mujer de la clase trabajadora. A propósito de la explotación del minero en la Bolivia de sus tiempos, la legendaria dirigente nos explica:
“Un día se me ocurrió la idea de hacer un cuadro. Pusimos como ejemplo el precio del lavado de ropa por docena y averiguamos cuantas docenas lavamos por mes. Luego el sueldo de cocinera, de niñera, de sirvienta. Todo lo que hacemos cada día las esposas de los trabajadores averiguamos. Total… era mucho más elevado que lo que ganaba el compañero en la mina durante el mes. (…) Así que, a pesar de que el Estado no nos reconozca el trabajo que hacemos en el hogar, de él se beneficia el país y se benefician los gobiernos, porque de ese trabajo no recibimos ningún sueldo”
Perturbar esta primigenia forma de dominación, por lo tanto, puede provocar verdaderos terremotos sociales, así como las más brutales reacciones, sobre todo cuando la que se revela no solo es mujer, sino también pobre y no blanca, es decir, todo lo contrario del sujeto que el actual orden social privilegia, aquel hombre blanco, clasemediero y heterosexual. Domitila experimentó en carne propia las consecuencias de desafiar tal orden de cosas, y en más de una ocasión, cuando fue salvajemente torturada por las criminales dictaduras militares que ensuciaron el mapa latinoamericano por más de una década.
Angela Davis, revolucionaria estadounidense y contemporánea de Domitila, dijo en una ocasión: “Ser mujer ya es una desventaja en esta sociedad siempre machista. Imaginen ser mujer y ser negra. Ahora hagan un esfuerzo mayor, cierren los ojos y piensen, ser Mujer, ser negra y ser comunista. ¡Vaya aberración!” Domitila era, pues, no solo mujer, sino también india, minera y comunista.
Aunque ya han dejado claro que no nos necesitan de aliados, y tampoco pretendo serlo, creo que la revoltosidad del feminismo radical traerá gratas sorpresas en el futuro, de la mano de mujeres como Domitila, a quien solamente quería recordar. Sin brujas revolucionarias como ella, este mundo sería muy diferente.
Fuente: Carlos Moldiz en La Razón