Desde su nacimiento en 1948 la OEA ha funcionado como un organismo lacayo y vocero de las decisiones que se toman desde la Casa Blanca para avanzar sobre América Latina y el Caribe. No hubo ni hay golpe de Estado, masacre, represión, violación de la soberanía, violación de los Derechos Humanos por parte de las élites locales (pro-imperialistas), en los cuales este organismo no haya colaborado; ya sea por apoyo explícito a los sectores reaccionarios con comprobados financiamientos y asistencia técnica, o por omisión criminal.
Por el contrario, los principales objetos de sus denuncias y campañas de desprestigio que componen una clara guerra diplomática, son las revoluciones, los gobiernos populares y los procesos de cambio que expresan los intereses de las mayorías populares en nuestra región. Contra las y los millones de vilipendiados/as, hambreados/as y explotados/as que se tornan protagonistas de la historia se posa siempre la bota de la OEA, mientras palmea a dictadores, rufianes y asesinos.
En los últimos años la gestión nefasta de Luis Almagro ha llevado a la profundización del rol de este organismo: de la injerencia solapada se pasó al apoyo y colaboración explicita con grupos fascistas y golpistas, como en el caso de Bolivia en 2019 donde la OEA no solo colaboró, sino que fue un actor protagónico en el golpe de Estado. Esto no es más que una vuelta a los orígenes del organismo.
Recientemente, varios presidentes y referentes latinoamericanos como Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard de México, Alberto Fernández de Argentina, Luis Arce y Evo Morales de Bolivia, Nicolás Maduro de Venezuela y Lula Da Silva de Brasil, entre otros, expresaron su rechazo al accionar de la Organización de Estados Americanos (OEA) e impulsaron una discusión sobre el rol de este organismo y la necesidad de reemplazarlo por un espacio que sirva a la unidad de los pueblos.
Saludamos estas expresiones, que ponen en el centro del debate a la OEA, a sus verdaderos objetivos y a las necesidades reales que requiere la región en pos de la unión de los pueblos.
Es necesario un organismo que promueva la integración, es decir: que priorice el respeto de la soberanía y la autodeterminación, que abogue por la resolución pacifica de los conflictos, que denuncie las medidas unilaterales de EE. UU. contra otros países del continente y que levante las banderas de la defensa de la democracia y de la voluntad de los pueblos, entre otros elementos urgentes. Este rol no puede ser cumplido por la OEA porque no está —nunca estuvo— en su naturaleza.
¿Qué es la OEA?
Desde su fundación, la Organización de Estados Americanos ha servido como un instrumento de injerencia y de división de los países del continente. La OEA, fundada en 1948, es la continuidad organizativa de una estrategia iniciada en 1989-1890 con la primera Conferencia Panamericana realizada en Washington DC.En ella se fundó la llamada Unión Internacional de las Repúblicas Americanas, que a su vez creó un espacio organizativo llamado primero Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas (1890-1902), luego Oficina Internacional de las Repúblicas Americanas (1902-1910) y finalmente Unión Panamericana (1910-1948). En la IX Conferencia Panamericana, realizada en 1948 en Bogotá, se le cambió el nombre por el de Organización de Estados Americanos.
Durante todo este tiempo, la sede se mantuvo en Washington. El edificio principal de la OEA es la construcción inaugurada en 1910 como sede de la Unión Panamericana. En marzo de 2021, el Servicio de Parques Nacionales de EE. UU. declaró el edificio como emblema histórico nacional. No es para menos, por su valor arquitectónico, histórico y simbólico.
Por medio de este espacio diplomático el gobierno de EE. UU. intentó tempranamente subordinar la política exterior de las demás naciones del continente a sus propios intereses, basados en la célebre Doctrina Monroe: América para los americanos, un eufemismo de América para los estadounidenses. Sobre el rol de EE. UU., basta señalar, como una postal, que entre 1890 y 1946 el organismo tuvo nueve directores generales y todos ellos fueron estadounidenses. Se aceptaba naturalmente que la oficina fuera conducida por alguna figura designada por el Departamento de Estado. Luego de la II Guerra Mundial, el gobierno estadounidense comprendió que esto era demasiado obvio.
El desarrollo del soft power (poder blando) como una parte importante de la política exterior —proceso que adquirió importancia sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, cuando EE. UU. trató de posicionarse como el máximo representante de la democracia y el mundo libre— implicó el desarrollo de una táctica enfocada en disimular, al menos un poco, su dominio imperial. Se busca que sean sectores internos de los otros países quienes accionen contra los intereses de sus propios pueblos.
Desde 1948, a partir del proceso de conformación de la OEA, esto se expresó en que se alternaran conducciones de diferentes países, pero siempre con una misma orientación. Fue así que mientras se declaraba una política supuestamente basada en los valores de la democracia, la libertad, la seguridad y la justicia —al igual que ahora—, en la práctica la OEA respaldó siempre todo lo contrario. Las consecuencias de la OEA Presentar en toda su extensión las acciones de injerencia que impulsó o legitimó la OEA en poco más de siete décadas es una tarea que llevaría miles de páginas.
Entre 1948 y la década de 1980, la OEA avaló a todas y cada una de las dictaduras cívico militares que aterrorizaron a su población con apoyo de la CIA y el Departamento de Estado, mientras condenaba a los gobiernos surgidos del combate a esas dictaduras. Señalemos apenas algunos ejemplos. Así, mientras en la X Conferencia Panamericana realizada en Caracas, en 1954, la OEA legitimó la intervención en Guatemala —propiciada por el tristemente célebre John Foster Dulles contra el gobierno democrático de Jacobo Arbenz—; al mismo tiempo sostenía dictaduras como la de Somoza en Nicaragua, la Trujillo en República Dominicana y la de Fulgencio Batista en Cuba. El propio gobierno anfitrión de esa X Conferencia era también una dictadura, encabezada por Marcos Pérez Jiménez. Igual que en la actualidad, todo esto no era obstáculo para que las declaraciones estuvieran llenas de párrafos en defensa de la democracia, la libertad y la soberanía y contra la intervención en los asuntos internos de los países.
La misma OEA complaciente con Batista fue la que en 1962 expulsó del organismo al gobierno revolucionario de Cuba, que con masivo apoyo popular enfrentó y derrotó a la dictadura, una aliada principal de EE. UU. La expulsión tuvo lugar apenas cuatro semanas después de que el gobierno de Estados Unidos rompiera relaciones con Cuba.
Previo a esto, con el silencio o el beneplácito de la OEA tuvieron lugar los atentados y bombardeos contra la población y el territorio cubano en los primeros años del triunfo de la Revolución de 1959 y la invasión mercenaria a Playa de Girón, en 1961, orquestada también por el gobierno norteamericano a través de la CIA. Esta actitud de la OEA se mantiene hasta la actualidad, apoyando todas las acciones de injerencia, entre ellas las medidas unilaterales de estrangulación y desestabilización (sanciones) impulsada por EE.UU. contra el proyecto revolucionario cubano y otros procesos políticos que no se subordinan a su política e intentan un rumbo soberano.
En contraste, la OEA legitimó a las dictaduras que tomaron el poder en casi todo el continenteYa fueron señalados los casos de Nicaragua (con el clan Somoza, 1937-1979), República Dominicana (Trujillo, 1930-1961) y Cuba, (Batista, 1952-1959); pero hay muchos más: Paraguay (Stroessner, 1954-1989), Guatemala (1954-1957 y varios otros períodos), Argentina (1955-1958, 1966-1973, 1976-1983), Haití (Duvallier, 1957-1971), Brasil (1964-1985), Uruguay (1973-1985) y Chile (1973-1990), por mencionar algunos.
En tiempos más recientes, y en especial con la asunción del actual secretario general Luis Almagro, la OEA se dedicó a ser la caja de resonancia de la política de EE.UU. contra los gobiernos del ALBA-TCP, en particular contra Venezuela. Esto no solo incluyó la legitimación de intentos de magnicidio —como el ocurrido en agosto de 2018 contra el presidente Nicolás Maduro— y de intentos de golpes de Estado, como en abril de 2019, sino hasta incursiones militares como en mayo de 2020, con la operación Gedeón, donde participaron paramilitares venezolanos, colombianos y estadounidenses entrenados en Colombia. Pero el máximo bochorno, sin dudas, es el reconocimiento como representante de Venezuela ante el organismo a un delegado del gobierno fake de Juan Guaidó, supuesto presidente interino electo para tal cargo por absolutamente nadie —excepto el gobierno de EE. UU.—, situación irregular que se mantiene hasta el momento.
El último y conocido episodio de este verdadero plan delictivo, violatorio de las bases fundamentales del derecho público internacional —el respeto a la soberanía y la no intervención en los asuntos internos—, es el papel jugado por la OEA en el golpe de Estado contra Evo Morales, en noviembre de 2019, y el apoyo a la dictadura encabezada por Jeanine Añez, que gobernó los meses siguientes a sangre y fuego, hasta que el pueblo boliviano, movilizado y haciendo frente a la represión, logró triunfar de forma contundente en las elecciones de noviembre de 2020.
En lo que respecta a la comunidad del Caribe, la OEA abiertamente desplazó a CARICOM como foro de acuerdo y paso por alto los posicionamientos de la mayoria de los paises miembros para implementar una politica inconsulta contra la soberanía de Venezuela; mientras no hizo una sola denuncia de las violaciones a derechos humanos, sociales y politicos en Haití, a cuya clase dirigente siempre se apaño en cada irrespeto a la Constitución de este país, surgida luego de la caída de la dictadura de Duvallier. También es tristemente célebre el reconocimiento y fomento que Almagro le dió al denominado Grupo de Lima cuyo objetivo abiertamente desestabilizador y difamador de la revolución bolivariana daba cuenta mas de la ideología conservadora de los integrantes que del falso slogan que usan los gobiernos antipopulares de llevar salvaciones y democracia a otros pueblos mientras hambrean y reprimen en sus países. Lo obsoleto de este mecanismo se evidencio en 2020 y 2021 cuando en plena pandemia de COVID-19 el mecanismo no generó ninguna iniciativa para conseguir y distribuir vacunas entre los paises miembros, en vez de dedicarse a coordinar y gestionar para resolver temas básicos en cuento a la crisis sanitaria, la principal preocupación estaba puesta en bloquear económicamente a Venezuela y reunirse con agrupaciones exclusivamente conservadoras.
La gravedad de las acciones están hoy a la vista de todas aquellas personas que quieran verlo. Las luchas y los avances populares, tanto en las calles como en las instituciones, abren la posibilidad de impulsar procesos de integración soberanos en Nuestra América. Salir de la OEA Es tiempo de construir un nuevo mecanismo regional que, como condición mínima, respete la soberanía de los pueblos y se preocupe por la paz y por la vida, por encima de los intereses particulares de las oligarquías globales y del afán imperialista de Estados Unidos.
Es tiempo de abonar a las instancias regionales que promueven la solidaridad y la complementariedad entre los pueblos, que buscan dar respuestas concretas en el plano sanitario, cultural, economico; que actuan efectivamente frente a las catastrofes climáticas, como es el caso de ALBA-TCP; o que han dado muestras de verdadera vocación de paz en caso de conflictos internos o tensiones entre los paises miembros; o evitando golpes de estado, como fue el caso de UNASUR. Se necesita con suma urgencia una nueva institucionalidad para la integración y la unión de los Estados y de los pueblos, que permita la participación de los movimientos sociales y populares en las instancias de deliberación, panificación y balance.
No puede seguir sucediendo que las únicas voces de la «sociedad civil» escuchadas sean las de los grandes empresarios y ONG‘s financiadas por EE.UU. mientras las organizaciones populares, campesinas, urbanas, indígenas, que defendemos los territorios y la vida; quienes nos organizamos en la economía popular; quienes padecemos los golpes de Estado no tengamos lugar, ni voz en estas instancias. Una verdadera democratización de los mecanismos multilaterales implica que se respete la soberanía de cada país y que se escuchen las voces de los pueblos. La #OEANoVaMás. Como tampoco sus grupos desestabilizadores, y sus alianzas neoliberales. Convocamos a todos los pueblos, organizaciones, movimientos de toda la Patria Grande a sumarse a esta campaña para salirnos de esta jaula que es la OEA. Como pueblos, Estados y naciones, nos merecemos ser tratados con respeto, dignidad e igualdad. No queremos ni permitiremos más golpes de Estado, masacres, invasiones o amenazas. No somos patio trasero de ningún imperio.
Tenemos derecho a luchar por una región libre, soberana, digna y unida en nuestra diversidad. En 2005 logramos derrotar al ALCA, en 2021 derrotamos al Grupo de Lima, ahora es tiempo de derrotar a la OEA.
La historia y nuestros pueblos lo demandan.
Es tiempo de salir de la OEA, es tiempo de Nuestra América.
Fuente: ALBA MOVIMIENTOS, en Resumen Latinoamericano, #OEANoVaMás