El analista del CEPR examina la crisis en la región para hallar una receta integracionista. Explica los hallazgos que rebaten la auditoría de la OEA que apoya la teoría del fraude en los comicios de octubre del año pasado en Bolivia. Responde a las críticas contra los estudios que desahucian el informe de la OEA.Guillaume Long es analista del Centro de Investigación Económica y Política (CEPR, por sus siglas en inglés), una de las instituciones que ha descartado la teoría del fraude en los comicios de octubre en Bolivia, apoyada por la auditoría de la Organización de Estados Americanos (OEA). En esta entrevista con La Razón, el excanciller ecuatoriano habla sobre la integración regional, el trasfondo político que la “bloquea” y la sombra que se cierne sobre el informe electoral del organismo internacional. Long señala que, tras sus indagaciones, se descubrió que la OEA manipuló información y escondió sus hallazgos sobre las elecciones bolivianas.
—Se habla de una crisis del multilateralismo en la región. ¿Cuál es su opinión? ¿Qué causas se pueden identificar?
—América Latina pasa por un momento de profundización de su rol periférico en el mundo. Esto es claramente producto de las prerrogativas de una mayoría de gobiernos actuales, que le han apostado de nuevo a la vieja receta del bilateralismo con Estados Unidos. Estos gobiernos no tienen interés en erigir un proyecto regional, ni de participar activamente de instancias multilaterales. Varios, además, buscan congraciarse con la administración Trump, que de hecho es el gobierno estadounidense con menor vocación multilateralista posiblemente en la historia de los Estados Unidos. Todo esto ahonda el debilitamiento internacional de nuestra región, que en este momento no tiene influencia alguna a nivel mundial.
— ¿La pugna entre (extrema) derecha e izquierda, conservadores y progresistas, cuánto afecta a la construcción de la integración regional?
—Siempre van a haber diferencias entre aquellos que entienden la integración como menos aranceles y quienes creen en una integración más política, planificada y estratégica. Pero creo que es importante señalar que la actual derecha se diferencia de otras derechas del pasado porque, además de querer deshacer todo lo que hizo el progresismo en estos años, carece de un proyecto regional propio. En la década de los 90 había un proyecto regional neoliberal. Hoy ni siquiera hay eso. Prosur fue una cumbre para dar la impresión de que tenían una alternativa a la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) cuando en realidad, no la tienen, ni les interesa. El Mercosur ha sido abandonado, en especial por Brasil. Y así sucesivamente.
—Un ejemplo es la Unasur, una gran apuesta que ha quedado en terapia intensiva, si no con certificado de defunción. ¿Qué pasó con la Unasur, cuál era la importancia de esta apuesta más allá de otros bloques de la región?
—La Unasur es, a mi juicio, el proyecto de integración más importante que ha tenido América del Sur. En primer lugar, comprendía todo nuestro subcontinente, contrariamente a los ejes de integración anteriores que se centraban en la zona andino-pacífica o platense-atlántica. Por primera vez, con la Unasur se planteó una unidad continental. En segundo lugar, es importante entender que la Unasur fue pensada como un proyecto regional integral. Comprendía proyectos de desarrollo económico (infraestructura, banca de desarrollo, etc.), pero también integración política. En materia política, la Unasur se erigió en defensa de la democracia en diversos países suramericanos y medió en varios conflictos entre países miembros. La Unasur logró establecer una agenda de seguridad (a través de su Consejo de Defensa), dando respuestas propias al narcotráfico y procurando que nuestros militares se formen en nuestra región. La Unasur creó el Instituto Suramericano de Gobierno en Salud (ISAGS), una institución cuyo aporte hubiese sido muy importante en el contexto de la pandemia. El organismo también tenía agenda cultural, incluyendo para nuestras industrias culturales. Se empezaba a hablar del tema —crucial para nuestra región— de la soberanía digital, en un contexto de absoluto monopolio de los Estados Unidos sobre internet. La Unasur estaba empezando a actuar frente a desastres naturales, dentro y fuera de nuestra región. Es decir, integración en todas sus dimensiones. Lastimosamente, fueron quitándole apoyo mientras su institucionalidad era aún frágil. Fue la estrategia de la profecía autocumplida: le quitaron apoyo a la Unasur para debilitarla y así poder argumentar que el organismo no funcionaba, y que por lo tanto era mejor salirse, lo que finalmente hicieron varios.
—En la actual crisis y/o pugnas en los bloques de integración, México anunció la reactivación de una Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caibeños (Celac) fuerte, como un contrapeso. ¿Cuál es su perspectiva bajo el mando de México y el papel que puede jugar éste en medio de este tablero de ajedrez político en la región?
—La Celac, que también ha sido debilitada, es un espacio fundamental de concertación política, para que los latinoamericanos y caribeños podamos hablar de consensos y diferencias sin injerencias extrarregionales. Es también un espacio que nos permite articular relaciones de región a región: entre América Latina y el Caribe, por un lado, y bloques de países o potencias mundiales por otro. Tuve la oportunidad de estar en reuniones Celac-China, Celac-Unión Europea (UE), Celac-Rusia. Es evidente que cuando China o la UE se sienta a hablar con 33 países, presta más atención a nuestras demandas, propuestas o preocupaciones, que si cada país va solo. México, que tiene la presidencia de Celac en la actualidad, ha tratado de volver a darle relevancia a la organización. Tiene un plan de 14 puntos, con énfasis en temas de ciencia y tecnología, incluyendo un proyecto aeroespacial. Tiene un proyecto de compras en bloque para la región, para abaratar los costos de ciertas importaciones para los países miembros. Pero se necesita voluntad política de los demás países para que la Celac funcione.
—En medio de este panorama, hablemos de Bolivia; usted ha analizado el tema del gobierno transitorio de Jeanine Áñez, en artículos y entrevistas. ¿Por qué señala que su política exterior, su diplomacia (con el divorcio con aliados del anterior gobierno) le ha resultado provechosa?
—Pienso que Jeanine Áñez entendió desde el primer momento que carecía de legitimidad democrática y que tenía que buscar la protección de la administración Trump. Bolivia es ahora uno de tres países en el mundo que no tiene relaciones con Cuba (hasta Estados Unidos las tiene); el Gobierno reconoció a Juan Guaidó en Venezuela; le dio la espalda a la Celac y la Unasur; y se acercó mucho a Brasil, un aliado ideológico y de peso en la región. Esto le ha sido provechoso a Áñez en el sentido de que, por lo pronto, tiene aliados y protectores. Es probable que una potencial administración Biden, sin ser aliada del progresismo latinoamericano, sea menos conciliadora con la extrema derecha latinoamericana y sus recurrentes violaciones a los derechos humanos.
—Usted es parte del CEPR y ha analizado la auditoría de la OEA sobre las elecciones de octubre de 2019 en Bolivia. ¿Por qué sostiene que la OEA y Luis Almagro no probaron hasta ahora su “teoría del fraude? ¿Cuáles son los puntos clave para rebatir al informe de la OEA?
—Hace pocos días, la OEA publicó finalmente sus datos —los datos utilizados por el politólogo que la OEA contrató para realizar el análisis estadístico de los resultados de las elecciones. Descubrimos que el contratista cometió un error de codificación fatal que muestra que él, y la OEA, no tenían idea de la cronología del conteo de los resultados. Este es un punto crucial porque las alegaciones iniciales de la OEA, que fueron aprovechadas por la oposición boliviana, eran que hubo “un cambio drástico y difícil de explicar en la tendencia de los resultados preliminares”. Para que se entienda bien, lo que el contratista de la OEA hizo fue ordenar las actas alfanuméricamente, en lugar de cronológicamente. Esto significa, por ejemplo, que las marcas de tiempo, como «01:00 p.m.» iban antes que «01:01 a.m.»; lo que resulta increíble.
Hemos examinado a fondo todas las denuncias de fraude e irregularidades importantes que hizo la OEA para deslegitimar las elecciones bolivianas de 2019 y hemos respondido a cada una de ellas en un informe de 82 páginas que se publicó en marzo. Dejando el deficiente análisis estadístico de la OEA de lado, las demás afirmaciones de la OEA sobre las elecciones tampoco demuestran que un fraude afectó los resultados. Para tomar un ejemplo muy discutido, el informe final de la OEA sobre las elecciones describe la suspensión del TREP (el conteo preliminar) como una “manipulación intencional”. Lo que no menciona es que Ethical Hacking, la compañía auditora, envió una “alerta máxima” a la autoridad electoral justo antes de que se tomara la decisión de detener el TREP. Durante la interrupción, Ethical Hacking investigó el famoso servidor “no autorizado” en el que se centraba la alerta, y determinó que no se había cambiado ningún dato. Pero la OEA no menciona esto en su informe final.
Es importante entender que la pregunta que se planteó el CEPR fue si la OEA halló evidencias de una manipulación intencional de los resultados electorales, es decir, evidencias de fraude. No solo no encontramos que la OEA haya presentado esas evidencias, sino que descubrimos que la OEA había deliberadamente manipulado información y escondido sus propios hallazgos. Esto es muy grave: científicamente, éticamente, metodológicamente. Los Estados miembros de la OEA deberían elevar su voz en el Consejo Permanente para pedir una investigación exhaustiva de todo lo ocurrido.
—El CEPR y otras instituciones que han rebatido el informe de la OEA han sido catalogados de mentir (lo dijo la OEA, lo dijo el Gobierno de Bolivia), de que sus informes no son serios, pero sobre todo que sus analistas responden a la línea del expresidente ecuatoriano Rafael Correa (aliado de Evo Morales cuando fue presidente, por ejemplo), usted fue ministro de Correa. ¿Cuál es su respuesta?
—Es lamentable que la OEA y ciertos políticos bolivianos se dediquen a ataques ad hominem contra investigadores, en vez de transparentar su actuar y tener una discusión honesta sobre hechos concretos. Lo vimos después del artículo del The New York Times del 7 de junio que asevera que la OEA no tuvo fundamentos para afirmar que hubo un “cambio drástico y difícil de justificar en la tendencia de los resultados preliminares”. En lugar de comprometerse a realizar una investigación, Luis Almagro atacó al The New York Times, diciendo que no se podía creer a un periódico que no había informado sobre la gran hambruna de Stalin en la década de 1930 y que no había identificado a tiempo el holocausto nazi. Y por supuesto hemos visto estos ataques bastante desatinados en contra de CEPR, un prestigioso tanque de pensamiento, de los pocos en Washington que no recibe financiamiento de ningún gobierno. La OEA prefiere descalificar a los autores de los informes, y ahora a la prensa, que entrar en materia. Nosotros seguiremos trabajando sobre las elecciones bolivianas de forma técnica.
Más allá de estos ataques lamentables, existe hoy una suerte de consenso académico sobre las elecciones bolivianas de 2019. Varios estadísticos e investigadores de varias universidades estadounidenses han llegado a la misma conclusión de que la OEA no puede respaldar sus afirmaciones de que un fraude cambió los resultados de las elecciones. Y más de 130 economistas y estadísticos se pronunciaron en ese sentido. Alentamos a que todos lean el informe final de auditoría de la OEA y luego lean nuestra respuesta al informe, y que cada cual saque sus propias conclusiones. Sospecho que muchos de aquellos que defienden a rajatabla el informe de la OEA, ni siquiera lo han leído.
—Sin duda, varios estudios “desportillan” la auditoría de la OEA, al menos en cuanto a las dudas que se ciernen sobre ésta. ¿Cómo queda la OEA con estas observaciones y por otras actitudes que son criticadas en el mandato de Luis Almagro, como la pugna actual con la CIDH, por ejemplo?
—Almagro ha hecho mucho daño a la credibilidad de la OEA, y no solo con respecto a las elecciones bolivianas. Guardó absoluto silencio frente a la brutal represión de las grandes protestas antineoliberales de 2019 en varios países de la región. No ha dicho nada sobre la persecución judicial en contra de los dirigentes progresistas en toda la región. Ahora se ensaña contra el secretario ejecutivo de la CIDH porque la CIDH sí se pronunció sobre las violaciones a los derechos humanos en Bolivia, Ecuador, Chile y Colombia. Si no se trata de Venezuela, Nicaragua o Cuba (que ni siquiera es miembro), Almagro guarda silencio. Un secretario general de la OEA debe buscar mediar, no polarizar, ni ser el operador político de un país en la región. Veo difícil que la OEA salga ilesa de estos años de desastrosa gestión de Almagro.
—Al final, ¿cuál puede ser la receta para avanzar efectivamente en la integración de la región?
—Se debe comenzar por pensar nuestra integración desde el paradigma de la defensa de nuestros intereses, no desde agendas impuestas desde afuera. Es evidente que después del gran retroceso de estos años, hay que reconstruir una integración, con cabida para todos, y con mucha paciencia y ahínco. Pero creo que la precondición para poder retomar este camino es un cambio de ciclo político. Afortunadamente para nuestra región, dudo que el actual ciclo en América Latina, dominado por una derecha radical y altamente ideologizada, sea sostenible por mucho tiempo.
Fuente: Miguel Gómez en https://www.la-razon.com/nacional/2020/09/13/guillaum-long-la-oea-escondio-sus-hallazgos-sobre-la-auditoria-en-bolivia/
¿Para qué nos sirven estos «descubrimientos»? Nos han cagado- tal cual.
De nuevo el pueblo nos jalamos nosotros mismos de esta mierda, salpicando generosamente nuestra sangre india a la Pachamama.