Existe poca conciencia entre nuestras dirigencias y pueblos sobre el escenario mundial que se avecina. Gran parte de las naciones latinoamericanas tienen un vínculo histórico de dependencia con los Estados Unidos. La influencia de Norteamérica en el continente es abrumadora, desde grandes reformas institucionales, políticas y modelos de desarrollo, hasta el influjo en costumbres, modas y prácticas culturales. Nuestras oligarquías siempre están esperando el dictado, la orientación o la bendición de Washington para moldear la política económica, la justicia o los derroteros a seguir en materia de seguridad. Estados Unidos a través de numerosas instituciones, unas más visibles que otras, han prácticamente moldeado nuestra política económica, nuestras instituciones políticas y nuestra cultura en los últimos sesenta años. Por otra parte, grandes proyectos industriales, extractivos y agrícolas junto con las enormes ganancias que de estos se obtienen, son en su mayoría norteamericanos o se producen en alianza con capitales de ese país, por lo que invariablemente van a parar a sus casas matrices, bien sea de manera formal, o, como dividendos no reportados, a paraísos fiscales, lejos del escrutinio público.
Latinoamérica siempre ha sido un actor subalterno en el juego de los poderes imperiales. Es reconocida su importancia como depositario y productor de materias primas para alimentar las riquezas de los países del norte. Frente a la crisis del decadente poder norteamericano, el golpe se avizora en varias dimensiones. En lo económico, llevará seguramente a un mayor descalabro a las economías más dependientes del dólar y de la economía norteamericana. Además de ahondar la crisis económica estructural para grandes mayorías históricamente postergadas, seguramente sembrará el desconcierto en las élites, que no sabrán qué camino tomar ante el colapso definitivo del modelo de desarrollo neoliberal y ante el declive cada vez mayor del poder e influencia política de nuestro vecino del norte. Será interesante observar como este escenario de debacle en lo económico se reflejará cada vez como más fuerza en el desarraigo político de las élites y en la inutilidad de sus instituciones. Nuestras oligarquías se sentirán expósitas y desprotegidas sin el cálido cobijo que les brindaba el Águila imperial.
Asistimos a un cambio de época, a un punto de inflexión en la historia, que representa un quiebre sin precedentes en la columna dorsal del capitalismo, que pone en cuestión la forma como se ha comprendido, se ha vivido y se ha reproducido este orden socioeconómico, cultural y político en los últimos tres siglos.
Es también necesario entender que en medio de la lucha que se avecina por el control planetario, a Latinoamérica no le corresponde esperar desalinearse de las viejas amarras para entregarse a los nuevos dictámenes políticos de oriente, que pueden llegar a ser tanto o más desastrosos, autoritarios y expoliadores que las imposiciones e intromisiones centenarias del vecino del norte. No deberían confiar los pueblos latinoamericanos que venga un “poder amigo” desde otras latitudes a contribuir gratuitamente a su liberación. Tampoco deben considerar que el modelo económico, político y social que en algún momento se nos venderá será mejor o más avanzado que el que hoy se está derrumbando. Mientras haya un poder con pretensiones imperiales en el mundo, ese poder en el fondo solo puede ser despótico y en algún momento buscará instrumentalizar a nuestros pueblos para garantizar una nueva era de saqueo y despojo de sus riquezas.
Siempre ha sido y siempre será responsabilidad únicamente nuestra la construcción de nuestro futuro. La sociedad que soñaron Bolívar, San Martín y Martí, hoy solo se puede construir con un proyecto que armonice y equilibre los acumulados culturales y científicos con el entorno vital, con el respeto y revaloración de los pueblos originarios, con una cada vez mayor justicia social, sumada a la profundización y ampliación de la democracia. Por lo tanto, es necesario pasar definitivamente la página que nos dibuja como países destinados a la exportación de materias primas para atrever a adentrarnos y presentarnos bajo un signo de unidad que desafíe el papel subalterno en que nos han encasillado históricamente.
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