Masismo. A veces siento que se ha repetido tanto esta palabra que dejó de tener sentido. Se volvió una etiqueta para pegar con saliva en la frente del otro. Como «imperialismo», como «fascismo»: palabras de historia, pero que ya no pisan tierra de tanto volar en el imaginario político. Se sabe que es el enemigo, el mal, el cáncer que hay que extirpar. Pero, ¿qué es, exactamente? ¿Un color? ¿Un grupo de personas? ¿Un partido? ¿El gobierno? ¿Evo Morales?
A esta pregunta los medios no le han dado bola. Nunca les interesó pensar qué nombraban. Prefirieron llenar el vacío con definiciones de ocasión: primero el partido, luego los campesinos, después los movimientos sociales, los alteños, los salvajes, los terroristas, ahora los chapareños. Y cuando la palabra ya no dio más, empezaron las derivaciones: evismo, arcismo, y ahora andronismo. Pero la pregunta sigue ahí: ¿qué es eso con lo que se pelea la oposición y que no necesita publicidad para seguir creciendo en las encuestas?
Yo creo que, como todo, la culpa la tienen los neoliberales. ¡No culpes a los neoliberales! —diría alguien enojada en un comentario de Facebook—pero ya, en serio… En los años 80, con la relocalización minera y el derrumbe del modelo de Estado que los neoliberales tanto aplaudieron, miles de personas migraron a las ciudades. Muchos se asentaron en zonas como El Alto o el Chapare. Y lo que parecía una crisis cualquiera terminó sembrando una forma de habitar: la organización sindical minera se injertó en el nuevo tejido urbano y rural. Una alquimia del nuevo cuerpo social.
El destino organizativo de El Alto y el Chapare tomaron caminos distintos, pero ambos conectados por lo identitario. El Alto con la CSUTCB y el Chapare con las federaciones del trópico, liderados por dos figuras: Felipe Quispe y Evo Morales. Indios, aymaras los dos, aunque Silvia Rivera niegue esa condición a Morales. Mientras el Chapare se centraba en la lucha sindical y campesina por la coca, la CSUTCB adoptó la lucha sindical por la tierra, a partir del discurso del indianismo y lo aymara. Morales, con formación sindical, usó el indigenismo para eclipsar su identidad de dirigente cocalero: “somos indígenas originarios”, decía.
Este grupo social no apareció de la nada con el masismo. No, esto lleva años reflexionándose. Diez años antes, la Generación del Katarismo ya recorría el mismo camino confuso y con resultados poco trascendentales en la política. Entre 1995 y 2000, miles de jóvenes aymaras se empaparon de una subcultura política que, en 2003, apenas era un eco sordo cuando los medios finalmente la resucitaron. Felipe Quispe fue el líder intelectual del indianismo reciente, al igual que Fausto Reinaga lo fue de la primera generación indianista, y su consigna “Dos Bolivias” ya sonaba fuerte desde 1999. Había trabajo ideológico de sobra: una memoria larga, sí, pero para qué ir tan lejos cuando la jerarquía se sentía en una memoria reciente, fresca, dolorosa: el neoliberalismo.
Lo que faltaba era la estructura política, el cuerpo del asunto. Y quien más movió los hilos, quien tuvo la llegada territorial más brutal, fue Evo Morales. Su trabajo fue capitalizar, tras el 2003, ese descontento colectivo, articular un movimiento popular y abrirse paso con la izquierda de clase media blanca. Lo que querían tanto Quispe como Morales era claro: poder. Felipe para liberar al indio. Evo para consolidar la izquierda. El MAS fue la herramienta o el instrumento para configurar un bloque indígena, campesino y minero que saltó del campo a la ciudad. Un grupo popular profundamente enraizado: territorio, clase, pero, sobre todo, identidad. Una identidad que buscaba soberanía.
Masismo. A pesar de la propaganda mediática, los masistas siguen sin tener una definición clara. El Diccionario Iter Sopena escolar, edición 2005, fue un best-seller en Bolivia, pero ni siquiera nos ayuda con la definición de “masista”. Lo más cercano es “masa”, y es ahí donde la oposición se equivoca, porque piensan que el MAS es homogéneo, una masa: los corruptos, los tontos, los ignorantes. Pero no lo es, a través de los años se diversificó con respecto a su territorio, lo mismo con su clase, pero hay algo que ha mantenido como lineamiento y que se ha adecuado a esos cambios: la identidad. Ya no es indio, ya no es indígena: su primera identidad es la del boliviano. La Bolivia india, diría Reinaga. Está en todas partes, desde oriente a occidente: es la razón política. Es diverso, más de lo que creen, y aunque a algunos eruditos les duela: es muy elocuente.
¿Reynaldo Ezequiel, el socialista? ¿Rolando Cuéllar con su pedigrí? ¿Evo diciendo que es nieto de Túpac Katari? ¿Arce el «Nobel de Economía»? ¿El “neuronas” Linera? ¿La chica “que pase lo que tenga que pasar”? Claro, ellos son los mediáticos, los que repetían el Proceso de Cambio, la Pachamama, y se ponen de llunk’us de su jefe. Pero los opositores cometen el peor error de su vida al creer que el masismo son ellos. Porque, aún mañana, aunque ellos desaparezcan, seguirán existiendo “masistas”, entre comillas, porque en realidad no es sólo un partido, porque, sino, ¿quiénes están votando por Andrónico en las encuestas?
El “antimasismo”, ese teatro moderno donde la rabia se disfraza de inteligencia y nos arrastra directo a la irracionalidad, es la que no busca descifrar este colectivo. Y es que sí: el “masismo” —eso que muchos reducen a socialismo y poncho— es en realidad más coherente con su historia que toda la oposición junta. No son fanáticos, como se los pinta en los tuits furiosos. Son pragmáticos. Se adaptan. Hoy votan por Arce, mañana por Andrónico y, si hace falta, también votarían por la oposición, pero retornan al MAS cuando se sienten amenazados, como el 2020. Porque entienden algo básico: o estás en la historia o la historia te pasa por encima. ¿Peor que esto? Sí. Te lo aseguro. No siempre se trata de estar mejor, se trata de no volver a lo que fue mucho peor. Y en ese abismo, ya hemos estado muchas veces y con los mismos rostros que hoy representan la oposición.
No es un discurso reciclado de 500 años ni un indigenismo con logo de ONG. Mucho menos un culto al ego de Evo. Ellos —los que parecen callados, pero deciden— podrían dejar a Evo hablando solo sin pestañear. Lo saben. Y lo saben bien.
¿Pero y el evismo? Ese es un grupo muy reducido que cada vez se hace más y más pequeño en algún rincón del Chapare. El “masismo” es más grande que eso, y en su inteligencia, entre el mar de rostros, busca con desesperación representaciones que no dejen morir la estructura consolidada de su poder. Fernando García Yapur lo explica mejor que yo:
(…) desde las bases, “desde abajo”, abren rutas, mecanismos, actores, liderazgos, para visibilizar una nueva política: pluralista, diversa, abierta, pública y democrática. Sin las narrativas impuestas que exigen lealtades ideológicas, sino algo mucho más simple y, a la vez, complejo: estar en sintonía con el “sentido común” y los “sentires comunes” que se respiran por todos lados.
El masismo es un fenómeno sociopolítico complejo que no se reduce a un partido (MAS) ni a un líder (Evo Morales), sino que representa una identidad política diversa con raíces históricas profundas. Su evolución parte desde una base mayoritariamente indígena-campesina, hacia una identidad política, nacional y pragmática.
Son los que han construido y seguirán construyendo la historia boliviana. Qué triste que fue solo hace 20 años cuando se les reconoció como ciudadanos de pleno derecho. Si solo hubieran tenido esa oportunidad mucho antes, quizá no tendríamos una sociedad tan decadente en condiciones. Pero es una generación reciente, la que ahora tiene acceso a algo más que la pampa y el monte. Además, es libre de decidir su camino en la política. Es un largo trabajo lo que le toca a esta generación: hacer que este «masismo» evolucione en conjunto con su proyecto de país.
Pero es curioso cómo gira la rueda política para ellos. En algún momento fue Eva Copa la que se fue del MAS por las mismas razones ególatras del jefazo y ahora tiene su propio partido. Cualquiera diría: pero engañó a la gente con tarjetas de 10 pesos. La verdad es que todos los partidos hacen lo mismo: compran militancia, la inscriben en bloque, la inventan si es necesario. Copa fue astuta. No se conformó con la alcaldía, un partido le da cuerpo, la proyecta más allá de la coyuntura, la instala en un escenario donde el MAS (evista o arcista) ya no puede controlarla.
Y sobre Andrónico, es una figura, digamos, más contemplativa. Más serena para el rol presidencial que la gente está buscando. Alejado del evismo, a pesar de que Héctor Arce le llame desesperadamente. Pero el camino será duro. ¿Pesa Evo realmente en la inclinación hacia Andrónico? Quizá sí. Es una sombra inevitable, pero si quiere equilibrar su candidatura, tendrá que aliarse con figuras clave, armar un bloque, abrirse paso, tomar decisiones inteligentes para sustituir ese peso. Por ahora, es el único con margen de maniobra y con un amplio techo. En cambio, la oposición… precipitada, torpe, desorganizada, jugando al ajedrez con casinos. Y Marcelo Claure, entorpeciendo un proceso que —si tuviera algún sentido— debería ser orgánico, no un concurso como la “Casa de los Famosos”.
Michael Ignatieff lo dice claro en Fuego y cenizas: “las encuestas de opinión pública sirven para reforzar el efecto de la publicidad negativa y juegan un papel desproporcionado en decidir quién merece ser escuchado”. La oposición descartó al que era, para mí, el candidato más sensato para hacerle frente al MAS y puso a Samuel. Y los “masistas” —porque ya no es un partido, es un significante— eligieron a quién se debe escuchar y la opinión pública y los medios le han obedecido.
Aquellos a los que llaman “masistas” no están buscando a un salvador, están buscando a un presidente.
Fuente: Quya Reyna en: eju.tv/2025/04/los-masistas/