La Central Obrera Boliviana (COB) nace como fruto de la insurrección triunfante del 9 de abril, su gestación es resultado de un largo proceso histórico, además de dolorosas experiencias marcadas por sangrientas masacres producidas por el Estado oligárquico minero-feudal.
Juan Lechín, secretario ejecutivo fundador de la COB, señala: “Los mineros habíamos aprendido que con una organización sindical fuerte éramos capaces de proezas, desde enfrentar a los barones del estaño, a los gobiernos y a su Ejército, exigir el cumplimiento de las leyes sociales, llegar con un bloque minero al Parlamento, hasta hacer una revolución…” [1]. Precisamente, el 16 de abril, a invitación de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (Fstmb), se reunieron las organizaciones sindicales más importantes: mineros, fabriles, campesinos, ferroviarios, trabajadores bancarios y del comercio. El 17 de abril se conforma el primer Comité Directivo Provisional a la cabeza de Juan Lechín, Germán Butrón, Mario Torres y 15 dirigentes más, casi todos militantes del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).
Su primer documento exige y proclama la nacionalización de las minas y los ferrocarriles, la revolución agraria, la independencia sindical referida al campo internacional. Cuando nace la COB también lo hace el “co-gobierno COB-MNR”, puesto que dio su pleno respaldo a los ministros obreros Lechín (Ministro de Minería) y Butrón (Ministro de Trabajo).
El acercamiento de Paz Estenssoro a Estados Unidos y de Hernán Siles al Fondo Monetario Internacional (FMI), más la aplicación de políticas económicas que afectaban a los trabajadores de manera negativa, fue fragmentando el “idilio político” entre los trabajadores y el MNR. Asesores norteamericanos prepararon planes económicos de carácter antinacional y antisindical (rebaja de sueldos y salarios, masacres blancas), la privatización de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) y de los recursos petroleros, etc.
En la década del 60, con la dictadura de Barrientos Ortuño, fueron impuestos con sendas masacres ejecutadas por el naciente Ejército creado bajo los principios de la seguridad nacional de Estados Unidos, que define que el enemigo no está fuera de las fronteras. Esta doctrina sigue siendo el eje con el cual actúan los militares bolivianos, los masacrados en Senkata, Sacaba, El Pedregal, Betanzos en noviembre de 2019, así lo demuestran.
La fortaleza de la COB, que aplicó medidas revolucionarias en 1952, impidió la privatización y destrucción de la Comibol y derrotó a sendas dictaduras; tiene dos causas fundamentales en dicha fortaleza, su carácter multiclasista y su propuesta política de transformación revolucionaria de la sociedad.
La COB, en su composición apertura la presencia de entes sindicales más allá de la relación obrera-patronal, incluye a sectores de la clase media no asalariados y a las enormes organizaciones campesinas, inclusive existe presencia de trabajadores de la cultura, artistas y defensores de Derechos Humanos. Este policlasismo lo hereda del MNR y no era un óbice para la hegemonía obrera, que tiene garantizada una representación mayoritaria. Estructuralmente la COB es una representación genuina del pueblo.
El otro factor que alimenta su fortaleza es que la COB “toma para sí la causa de la nación” [2]; no se reduce solo a la lucha reivindicativa de los trabajadores, es una organización sindical que incluye en su programa los objetivos políticos como esenciales de su propuesta de transformación del país, expresados en sus tesis políticas que plantean la necesidad de la construcción del socialismo.
Cuando acabó el ciclo desarrollista del MNR, la naciente clase dominante con la participación de Estados Unidos apela a una nueva forma de dominación política, inaugurando un largo ciclo de dictaduras militares y fascistas, invocando un discurso demagógico nacionalista y ubicando al comunismo como el enemigo principal.
Fue la lucha del pueblo boliviano, de los trabajadores a la cabeza de la COB, las que derrotaron a las dictaduras. La huelga de hambre de las amas de casa mineras fue el detonante para derrotar la dictadura fascista de Banzer, como fue la resistencia generalizada del pueblo que, en la marcha de la COB del 1 de mayo de 1981, anunciaba el fin de la dictadura narco-fascista de García Meza-Arce Gómez.
A esta altura de la reflexión, uno se pregunta ¿entonces qué pasó con la COB en noviembre de 2019? ¿Por qué los dirigentes de la COB se sumaron a la exigencia de renuncia de Evo Morales? ¿Por qué no convocaron a movilizaciones para resistir al golpe de Estado? ¿Cómo lograron de la dictadura de Áñez-Murillo una extensión de su mandato hasta el año 2022? Las hipótesis planteadas en nuestra reflexión no pretenden aminorar, de ningún modo, las responsabilidades de dirigentes que actúan de manera ambigua.
Después de la derrota de las dictaduras, en octubre de 1982, las masas que habían apoyado en tres elecciones a la Unidad Democrática y Popular (UDP) estaban en efervescencia, pero los partidos de izquierda optaron por una salida dentro de los marcos de la democracia liberal, no se atrevieron a crear mecanismos de participación del pueblo en el poder. El Parlamento que pusieron en vigencia, con mayoría derechista, fue una propuesta o exigencia de la empresa privada, desconociendo la correlación de fuerzas favorable a los sectores populares; fue este Congreso, con traición de por medio del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que acortó el mandato de Hernán Siles. Como si fuera insuficiente este error, se comenzaron a asumir políticas económicas que no se diferenciaban de los “paquetes económicos” que entonces “recomendaba” el FMI, que fuera de enfrentar la crisis la profundizó, causando una hiperinflación inédita en nuestro país y en el continente, con la lógica consecuencia del alejamiento de las masas del gobierno de la UDP. Todo este terreno fue creando condiciones para el surgimiento del neoliberalismo y propiciar la autoderrota de los partidos de izquierda desde dentro y fuera de la UDP, mucho antes que la caída del Muro de Berlín o la implosión del socialismo real en la Unión Soviética.
La casi extinción de los partidos de izquierda en el seno de la clase obrera causó daños estratégicos a nuestra organización matriz, que perdió su identidad de clase, debilitando al extremo su condición de dirección del pueblo. Es decir, hubo una involución, el sindicalismo revolucionario fue cediendo espacios al sindicalismo neoliberal, que institucionalizó el pragmatismo, el engaño, la corrupción, la traición y el transfugio político; se perdieron los lazos de solidaridad, razón de ser del sindicato, para alimentar el individualismo y el egoísmo, que impiden el carácter social de la lucha de los trabajadores.
Edgar “Huracán” Ramírez, quien fuera secretario ejecutivo de la COB, señala que la nueva generación de trabajadores es resultado de una ruptura generacional, ya que existe un desconocimiento de la historia real del movimiento obrero por ejemplo, señala como fruto de ello “…el abandono de los principios de la democracia sindical que siempre fue y debe seguir siendo, de abajo hacia arriba, como la democracia sindical con que germina en las bases. Ahora esa práctica ha desaparecido y más, por el contrario, se incentiva a mirar la democracia liberal, se incita y alienta a adoptar algo con la que nada tuvieron que ver los mineros” [3]. Si bien el análisis se concentra en el movimiento sindical minero, alcanza al conjunto de las organizaciones sindicales, incluida la COB.
Durante la resistencia al neoliberalismo hubo sectores, ahora denominados organizaciones sociales, que se fortalecieron orgánica y políticamente, particularmente las organizaciones indígenas y campesinas, que transitaron de la lucha reivindicativa a la lucha por el poder, constituyendo su propio instrumento político. Mientras la COB, debilitada y en crisis, se estancó en la lucha sectorial y economicista. Cuando desde las bases se desarrollaba la resistencia activa al neoliberalismo, las direcciones sindicales convirtieron a la COB en un ente funcional a esas políticas y al gobierno de turno. Las prebendas y la corrupción hicieron surgir una burocracia sindical sin conciencia ni identidad de clase. Por ello, no alcanzaron a comprender la importancia histórica del Proceso de Cambio, perdiendo la oportunidad de asumir el rol que les ofrecía la historia.
Lamentablemente, las direcciones han reemplazado la lucha por el poder popular por un accionar y política formal que gira en torno de las instituciones del Estado y de la Asamblea Nacional (AN); los dirigentes ya no organizan a los trabajadores para las nuevas circunstancias históricas, discutiendo sus problemas y los del país, proponiendo soluciones y movilizando para lograrlos, “esperan” todo del Estado, y al estilo “movimientista” prometen respaldo a los actores políticos, condicionado a peticiones particulares o sectoriales.
La tarea actual es reconstituir la COB para superar su crisis y que sea una protagonista del proceso de transformación revolucionaria, que fusiona los proyectos de dos pilares fundamentales: la lucha contra el colonialismo de los pueblos y naciones originarias; y la lucha del proletariado contra el capitalismo. Además, un aspecto esencial que define el momento histórico es que indígenas originarios campesinos y obreros tienen un mismo origen: la comunidad, que es el articulador social para orientar sus luchas y enfrentar al colonialismo y al capitalismo. Ambos se unen en el proyecto estratégico del socialismo comunitario hacia el Vivir Bien.
De cara al futuro, el próximo 1º de Mayo la COB debe plantearse una reingeniería en dos aspectos esenciales, de donde se derivan los otros componentes de su cuerpo sindical. Por una parte, un postulado político, que reafirmado sus bases principistas elabore una respuesta a los problemas actuales que implica la defensa y profundización del Proceso de Cambio, haciendo propuestas para que pueda reafirmar a la COB como dirección social del pueblo. Por otra parte, reponer los principios de organización del sindicalismo revolucionario, donde la capacidad de decisión retorne a las bases, ejerciendo plenamente la democracia sindical; ese es el camino señalado para acabar con una burocracia sindical prebendal, permitiendo que los dirigentes surjan elegidos desde el seno de las bases y no en los pasillos de los congresos.
En el plano orgánico, sin abandonar su carácter multiclasista y la presencia decisiva del proletariado, hay necesidad de una actualización de su estructura y que amplíe fronteras para una mayor presencia de lo indígena originario campesino y extender la sindicalización al sector privado (por ejemplo, salud), a las nuevas generaciones de obreros que no se identifican como tales, a la masa de explotados por las entidades financieras. Reponer su calidad de instrumento de lucha del pueblo en su conjunto.
Al fortalecer el instrumento de lucha social y política de los trabajadores, la COB debe robustecer su carácter antisistémico, es decir, anticolonial, antiimperialista y anticapitalista; debemos aprender de nuestras limitaciones, en ello consiste la crítica y la autocrítica; se han ensayado en todo este período varias respuestas para tener una dirección que aglutine a todos los sectores sociales, como el Estado Mayor del Pueblo, posteriormente la Coordinadora Nacional por el Cambio (Conalcam), que se disolvió durante la crisis política de octubre y noviembre de 2019 porque no era un ente que surgió desde las bases. El único camino para tener una dirección social que aglutine al conjunto del pueblo es una COB fortalecida, “proponiendo” objetivos programáticos que articulen los objetivos reivindicativos particulares con los objetivos generales, estratégicos; construyendo democracia y poder popular.
Fuente: Héctor Hinojosa R. en www.la-epoca.com.bo