Cuando era jovencita, escuchaba las historias de quienes lucharon en las dictaduras de los años 70 con gran admiración, y en el fondo, con cierta envidia. Ellos vivieron tiempos heroicos. Ellos tuvieron la oportunidad de arriesgar el pellejo. Ellos enfrentaron dilemas verdaderos, fueron como el Che en forma y fondo —no sólo se lo tatuaron en el ombligo.
Era una ingenuidad, que se hace amarga hoy al comprobar que en Bolivia vivimos una nueva versión de esas dictaduras. Para demostrarlo no voy a hacer un recuento de heridos, muertos, perseguidos, encarcelados —porque ellos están ahí, mirándonos con espanto. El que quiere verlos, los ve. Los otros, cierran los ojos.
El que tiene ojos para ver reconoce que en América Latina la democracia liberal ha llegado a su fin, y la pandemia le está dando el tiro de gracia. Estamos entrando a un nuevo ciclo: un neoliberalismo dictatorial, una Dictadura 2.0
En esta neo-dictadura ya no basta con controlar los medios masivos, porque los pueblos se comunican y se organizan por las redes. Ya no basta con organizar partidos de derecha y competir en elecciones, porque los pueblos han entendido el juego de la partidocracia y votan con militancia por sus propios proyectos. Por eso aparece de nuevo la cita nefasta de Kissinger para justificar el golpe de Pinochet en Chile: “No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras un país se hace comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo”.
Toca entonces desechar la democracia, que ya no es útil a los intereses de quienes mandan. En Bolivia estamos otra vez como en los 70: movilizándonos para que se nos permita votar, ese derecho que creíamos conquistado hace décadas. No me extrañará que esa lógica empiece a aplicarse en toda la región, porque el ejemplo de Argentina ha encendido alarmas. Si le das al pueblo la posibilidad de elegir, generalmente comete la imprudencia de no votar por sus enemigos. ¡Qué desatino! Usando la pandemia como excusa, Chile ha suspendido hasta nuevo aviso su referéndum constituyente. Ecuador quiere postergar sus elecciones, a pesar de que no le tocan hasta el año que viene.
El mecanismo de la judicialización y criminalización de quienes se oponen al neoliberalismo ha funcionado por un tiempo, el caso de Brasil es emblemático. Pero en un mundo donde todos graban sus interacciones para cuidarse las espaldas, donde todo se filtra y se divulga, es un camino que tarde o temprano resulta contraproducente. Mejor eliminar de una vez ese incordio: Elecciones libres, inclusivas, transparentes… ¡a quién se le ocurre! Mejor eliminar parlamentos, constituciones, defensorías del pueblo, puros obstáculos al régimen de Orden, Paz y Trabajo que quieren revivir los que mandan.
¡Ah! Los viejos, buenos tiempos… cuando ningún indio podía votar o entrar a la plaza o se atrevía a mirarlos de frente; cuando las leyes estaban hechas para que puedan estafar y robar y hacerse ricos a costilla del Estado, sin que nadie los fiscalice. Un gobierno de militares, curas y empresarios: eso es lo que hace falta para que cada quien vuelva al sitio que le corresponde. Eso es lo que maquinan, al amparo de la pandemia.
Inicia un nuevo ciclo de oscuridad, pero llegamos a él con ojos nuevos. En las calles se multiplican las miradas, todos tienen una cámara-teléfono con la que se registra, se documenta y se viraliza la historia. Ya no pueden mentirnos, escondernos ni amedrentarnos. Parece que hemos retrocedido décadas, pero no es cierto. Estamos en una oscuridad distinta, en una tiniebla fértil, regada por décadas de haber visto que es posible construir dignidad, soberanía, esperanza, conquistar derechos para todos y todas. No nos van a quitar esas certezas, aunque nos quiten los ojos. Porque nuestros ojos están, al fin, bien abiertos. Y miran.
Fuente: Por VERÓNICA CÓRDOBA en La Razón, 21.07.2020