La tarde del 26 de junio de 2024, varios vehículos militantes y alrededor de 300 efectivos de la milicia y de la policía militar de Bolivia, al mando del comandante General de las Fuerzas Armadas Gral. Rudy Rodríguez, irrumpieron en la plaza Murillo de La Paz, cercaron el acceso a la misma e intentaron entrar por la fuerza al Palacio Quemado, ex sede de la oficina presidencial. Inmediatamente, medios tradicionales de comunicación dieron cuenta en todo el país sobre los hechos que se desarrollaban en La Paz. La información se expandió en redes sociales, ampliando su alcance, con el complemento de la opinión pública inmediata de los sectores sociales con acceso a internet. “Golpe militar”, “autogolpe del gobierno”, “motín militar”, entre otras especulaciones, se establecieron como hipótesis sintéticas con epicentro en la crisis política interna del partido en funciones de gobierno, el “Movimiento al Socialismo, Instrumento para la soberanía de los pueblos (MAS-IPSP)”.
La crisis política iniciada en 2019, producto del golpe al gobierno de Evo Morales, no solo supuso la ruptura de la hegemonía de 14 años del MAS-IPSP, sino también el inicio de la debacle del proyecto partidario que logró articular en las elecciones del 2005 un bloque popular obrero-campesino con el apoyo de la pequeña burguesía urbana, expectante de un giro de timón a las políticas neoliberales que desfilaron desde 1985.
Sin entrar en el detalle de la crisis política del MAS-IPSP, o la crisis económica que se profundiza en relación directa a la disminución de ingresos por concepto de exportaciones de hidrocarburos, después de tres décadas de existencia partidaria y dos décadas de gobierno, esta situación reciente expone el cierre del primer periodo hegemónico de un gobierno popular a cinco décadas de la “recuperación de la democracia”, y el proceso popular más importante desde la Revolución de 1952.
Así, Bolivia entra en una transición que va en política y economía del progresismo de centro-izquierda hacia el centro y la derecha, una combinación contradictoria de mayor liberalización y conservadurismo. Esto es un proceso renovado de disputa política por el apoyo de la clase trabajadora, de los autoempleados y del campesinado, con un bloque de izquierda debilitado, gris y con un horizonte político fragmentado, y una derecha que no acaba de cerrar filas partidarias en torno a un caudillo, pero que ha demostrado que puede usar la misma fórmula del MAS-IPSP en 2005, la unidad de las fuerzas populares y fuerzas sociales de cambio desencantadas, para legitimar democráticamente el asalto al gobierno, dado su fracaso por la vía golpista en 2019.
La práctica de reformas versus la práctica transformadora
Esta circunstancia, en el concierto de procesos regionales, se ubica en tres procesos de crisis y ajuste político liberal: la instalación de gobiernos dirigidos por partidos y caudillos de derecha o neoconservadora (El Salvador, Costa Rica, Panamá, Ecuador, Perú, Paraguay, Uruguay y Argentina), la instalación de gobiernos social demócratas, liberales de centro (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, República Dominicana) y la continuidad de gobiernos de corte popular progresista, liberales de izquierda (Cuba, Honduras, Guatemala, México y Venezuela).
Esta agrupación esquemática no expresa la complejidad de los procesos sociopolíticos particulares en cada país, sin embargo, permite apreciar dos situaciones de deriva similares al proceso boliviano: i) la contracción de la influencia y el aislamiento del programa progresista como consecuencia de haber apostado por un pragmático reformismo, en aras de mantenerse en el poder, abandonando la acción transformadora estructural y directa en lo económico, político y cultural; ii) el ascenso gradual de un bloque de centro-derecha, con el liderazgo de la burguesía oligárquica y una base popular desencantada con las políticas públicas, logrando en varios casos la captura del gobierno en países de corte popular durante las dos últimas décadas.
Estos procesos contradictorios son el resultado de los escasos avances en el desarrollo de procesos de industrialización, el agotamiento del rentismo y de las políticas de distribución por caída en las exportaciones de commodities, la eliminación de controles de precios y la liberación de volúmenes de exportación e importación, la pérdida de colchones protectores en reservas internacionales por gasto corriente, la limitada participación en políticas de integración regional y la vulnerabilidad ante la crisis económica mundial, entre otras circunstancias económicas que reproducen la dependencia económica del decadente imperialismo estadounidense, o del emergente BRICs.
En el nivel político, al no haber profundizado en las reformas estatales y sus aparatos (policía y fuerzas armadas, justicia, sistema educativo, sistema electoral, sistema de planificación integral) con el objetivo de consolidar un nuevo sistema democrático participativo y directo, se desaprovecharon los estímulos ideológicos y morales de la redistribución económica en infraestructura, servicios y asistencia a las poblaciones vulnerables (mujeres, ancianos y niños) y con ello se desestimó el papel central de los trabajadores precarizados y el campesinado, potenciales defensores del proceso de transformaciones. A nivel ideológico, el discurso de la desconstrucción del desarrollo, la despatriarcalización de la política, la descolonización del estado, la inclusión social, entre otras líneas programáticas que no se operaron en políticas concretas se convirtieron en ejes de resistencia y de la batalla cultural contra la “agenda socialista” que atenta contra la tradición moral y los valores del pueblo.
Algunos especialistas proponen que esta doble situación, el ascenso de la derecha regional y la caída del progresismo está vinculado a la pérdida por este último de la capacidad de reinventar, en la práctica económica, política e ideológica, un horizonte civilizatorio de futuro. En tal sentido, los proyectos de derecha continental se presentan como alternativas inmediatas de cambio orientado hacia las masas trabajadoras, como renovación de expectativas de transformación de la situación de crisis económica provocadas por el fracaso de las políticas económicas estatistas y del reformismo cultural “socialista”, todas favorables a la subversión del orden de la naturaleza y de la moral cristiana. De esta manera, la fuerza de derecha se presenta como un proyecto contracultural reaccionario.
La extrema derecha en ascenso al nivel mundial
El giro regional reaccionario no es un fenómeno aislado. Al nivel mundial se presencia un proceso de derechización extrema. Aunque en países como Francia e Inglaterra la derecha extrema no logró llegar al gobierno, en los Países Bajos, Italia, Hungría, Finlandia y Eslovaquia ya son gobierno. El poder ideológico y social de las fuerzas de la extrema derecha en Alemania, Francia, Inglaterra y Austria son preocupantes.
A pesar de las claras tendencias derechistas, es muy difícil predecir si estamos ante un proceso de dominación hegemónica de largo aliento por parte de la derecha a nivel mundial y regional. Todo dependerá de la capacidad de los sujetos involucrados en la destrucción de los avances de políticas sociales desarrollados durante las últimas dos décadas y con ello del estímulo moral a sus huestes, por otro lado, del accionar de las reservas acumuladas de fuerzas sociales democráticas para la resistencia, organización y proyección remozada de horizontes transformacionales del capitalismo.
Decía Álvaro García Linera en 2005 que el “empate catastrófico” en la lucha por la hegemonía consistía en un proceso de tensión continua en la que los adversarios tienen victorias y derrotas sin avances significativos. En tal sentido, se trata de un equilibrio político de debilidades. Si bien el planteamiento de García Linera se producía en un escenario favorable al proyecto progresista del MAS-IPSP, el escenario actual es inverso, el desplome del bloque histórico del MAS-IPSP y la crisis económica y política permite apreciar actores y objetivos que dan cuenta de un terreno fértil para el retroceso y la catástrofe para la clase trabajadora. Un “punto de bifurcación” favorable al populismo conservador ascendente.
Un mundo peor
Los procesos de derechización extrema expresados en las victorias electorales de las organizaciones o los grupos que juntan ideas y conceptos liberales y conservadores, o en los cuales partidos políticos liberales se unan a los partidos de extrema derecha para formarse un gobierno autoritario, no es el solo resultado de las debilidades y faltas de las organizaciones progresistas. Estos procesos caben dentro de las luchas geoeconómicas y geopolíticas a escala mundial.
En este contexto, la gestión del gran capital se orienta a resguardar fronteras estratégicas con políticas nacionalistas y, en el otro extremo, con políticas de defensa de sus privilegios de libertad de movimiento en el mercado global. Esto es, presionar a los gobiernos de las neocolonias de todo el mundo para mejorar sus opciones de intercambio y competitividad, como posicionamiento geopolítico y militar. De tal manera que, los nacionalismos conservadores y los globalismos liberales se complementan contradictoriamente para defender y garantizar la supervivencia de las relaciones de dominación y explotación (industrial y financiera) en la escala de las naciones, con los lobbies, otrora concentrados en las metrópolis, ahora jugando en varias “ligas regionales” con fuerte presencia de nuevos jugadores que combinan capitales privados, estatales y mixtos.
Esta transición produce un ambiente de exacerbada conflictividad, incluso al límite del uso de la fuerza nuclear. La guerra entre Rusia y Ucrania, el genocidio israelí en Palestina y los conflictos militares de la entidad Israel con las naciones de la región, la tensión entre China y Taiwán, la movilización de las fuerzas militares de Estados Unidos en América Latina, entre otros sucesos, dan cuenta de las jugadas de ajedrez propagandístico y militar en este tablero geopolítico.
En la escala de las naciones de América Latina, la inefectividad en el desmantelamiento estructural del neoliberalismo por parte de los gobiernos progresistas, ha permitido que la burguesía tradicional reorganizada en una nueva derecha extrema ascienda al gobierno, validada por la institucionalidad democrática. La filosofía pragmática de estos gobiernos se caracteriza por la vehemencia discursiva ideologizante y el garrote comitente para ejecutar la desarticulación violenta de las organizaciones de movimientos sociales populares y político partidarios opuestos a su agenda neoliberal recargada.
En el caso del progresismo, se pasa de una posición de ventaja a una posición defensiva en la que los propios recursos, además de mermados, se encuentran dispersos, son poco consistentes y claros en términos ideológicos y políticos, además de haber demostrado una limitada disposición al reajuste propio.
Preguntas y más preguntas
Si el actual movimiento hacia la derecha tiene, en lo inmediato, una base social alineada con la reacción neoconservadora ¿Cómo replantear las tácticas de rearticulación de un bloque popular mínimamente progresista en el mediano plazo? De manera más ambiciosa y en plazo mayor ¿Cómo reconstruir un horizonte civilizatorio revolucionario y de subversión del sistema?
La primera situación para esta tarea pasa por revisar nuestro entendimiento en torno a los factores determinantes del desencanto generalizado de las clases explotadas y oprimidas. Esto tiene que ver con una comprensión de las circunstancias materiales y espirituales de las condiciones de vida que moldean la identidad contemporánea de estas clases a nivel de las formaciones socioeconómicas particulares y su papel en el proceso transicional global.
¿Cómo contribuir a la organización del proletariado ubicado en esta enorme mar de micro y pequeñas empresas sin posibilidad real de organizarse en sindicatos? ¿Cómo ayudar a la organización de los autoempleados que se auto explotan y que compiten para subsistir y como resultado del ajuste neoliberal han adoptado la ideología de la “libertad” en la precariedad y, alienados en la competitividad con sus pares en su vida cotidiana, han perdido la capacidad de imaginar otro relacionamiento, de imaginar una consciencia ideológica y política compartida y alternativa al statu quo de la injusticia y de la desigualdad?
En la transición hacia la multipolaridad y el ocaso de la hegemonía imperialista de Estados Unidos, y las nuevas condiciones de intercambio de intereses con las potencias emergentes (BRICs: Brasil, Rusia, India), ¿Cómo hallar y proponer otra forma de participación en la producción y distribución de la riqueza global que no sea la emigración de una forma de subordinación imperialista a otro imperialismo opresor? ¿Cómo extraer y plantear un papel nuevo de la clase trabajadora en el ámbito de rearticulación de las fuerzas productivas?
En el ámbito de una sonada nueva revolución técnica de la producción y el trabajo al influjo de las inteligencias artificiales y la automatización del trabajo, ¿Cómo advertir que se avecina una renovada oleada de alienación de riqueza social, reproducción y ampliación del desarrollo desigual entre los viejas y las nuevas metrópolis?
En la transmutación del capitalismo, el fin del ciclo progresista conmina a las reservas intelectuales humanistas y revolucionarias a continuar desarrollar nuevas estrategias de resistencia y organización de largo plazo basadas en la diversidad de condiciones de la clase trabajadora. Su unificación será solo posible si empleamos el diagnóstico y las tácticas acertadas y salimos de los moldes tradicionales de lucha emancipatoria.
Fuente: Editorial de Minga 11. Revista de ciencias, artes y activismo para la transformación de América Latina.